Resumen del libro de Jeremías
Este resumen del libro de Jeremías proporciona información acerca del título, los autores, fecha de escritura, cronología, temas, teología, ideas generales, una breve perspectiva y los capítulos del libro de Jeremías.
Autor y Fecha
El libro preserva un relato del ministerio profético de Jeremías, cuya vida y luchas personales se nos muestran con una mayor profundidad y nivel de detalles que las de cualquier otro profeta del AT. El significado de su nombre es incierto. Algunas sugerencias incluyen “El Señor exalta” y “El Señor establece”, pero es más probable que sea “El Señor lanza”, bien sea en el sentido de “lanzar” al profeta en un mundo hostil o el de “derribar” a las naciones en juicio divino por sus pecados. El ministerio profético de Jeremías comenzó en 626 a. C. y finalizó en algún momento luego de 586 (ver notas en 1:2-3). Su ministerio fue precedido inmediatamente por el de Sofonías. Habacuc fue un contemporáneo, Abdías pudo haberlo sido también. Desde que Ezequiel comenzó su ministerio en Babilonia en 593, él también fue un contemporáneo del gran profeta en Jerusalén. Cómo y cuándo murió Jeremías es desconocido, sin embargo, la tradición judía acierta que mientras vivió en Egipto fue ejecutado al ser apedreado. (Hebreos 11:37).
Jeremías era miembro de un albergue sacerdotal de Hilcías. Su pueblo natal fue Anatot (1:1), así que puede que haya sido un descendiente de Abiatar (1 Reyes 2:26), un sacerdote de los días del Rey Salomón. El Señor mandó a Jeremías a no casarse y a no tener hijos porque el juicio divino inminente en Judá arrasaría la próxima generación (16:1-4). Fue principalmente un profeta sentenciado, atrajo sólo unos pocos amigos, entre los cuales estaba Ahicam (26:24), Gedalías (hijo de Ahicam, 39:14) y Ebed-melec (38:7-13; 39:15-18). El compañero más cercano de Jeremías fue su secretario fiel, Baruc, quien escribía las palabras de Jeremías mientras el profeta se las dictaba (36:4-32). Él fue aconsejado por Jeremías a no sucumbir a las tentaciones de la ambición sino a estar contento con lo suyo (cap. 45). Él también recibió de Jeremías una carta de venta que fue resguardada (32:11-16), y acompañó al profeta en el largo camino hacia el exilio en Egipto (43:6-7). Es posible que Baruc fuera responsable también por la compilación final del libro mismo de Jeremías, ya que no se registró que ningún evento en los cap. 1-51 ocurriera luego del año 580 a. C. (el cap. 2 es un apéndice agregado por otra mano posteriormente).
Dado al autoanálisis y a la autocrítica (10:24), Jeremías ha revelado un montón sobre sí mismo. Aunque era tímido por naturaleza (1:6), él recibió del Señor el favor de convertirse en alguien fuerte y valiente (1:18; 6:27; 15:20). En sus “confesiones” (ver 11:18-23; 12:1-4; 15:10-21; 17:12-18; 18:18-23; 20:7-18 y sus notas) descubrió las luchas profundas de su ser, a veces haciendo confesiones de sus sentimientos hacia Dios (12:1-3; 15:15; 17:18; 18:19-23; ver nota en Salmos 5:10) –una práctica que explica el origen de la palabra inglesa “jeremiad” (en español: jeremiada), la cual se refiere a una queja o invectiva denunciatoria. Jeremías, muy a menudo expresa su aflicción de espíritu (4:19; 9:1; 10:19-20; 23:9), siendo llamado el “profeta en duelo”. Pero también es cierto que el recuerdo de su llamado divino (1:17) y las reafirmaciones frecuentes del Señor acerca de sus comisiones como profeta (ver, por ejemplo, 3:12; 7:2,27-28; 11:2,6; 13:12-13; 17:19-20) hicieron que Jeremías no tuviera miedo y fuera leal en el servicio a su Dios (15:20).
Historia
Jeremías comenzó a profesar en Judá casi en la mitad del reino de Josías (640-609 a. C.) y siguió en los reinos de Joacaz (609), Joacim (609-598), Joaquín (598-597) y Sedequías (597-586). Fue un periodo tormentoso y estresante en el que la condena de las naciones enteras –incluyendo la misma Judá-estaba siendo sellada. Los estados más pequeños de Asia Oeste fueron a menudo, empleados en el juego de poderes de los gigantes imperiales como Egipto, Asiria y babilonia, y en el momento del ministerio de Jeremías no fue la excepción.
Asurbanipal, el último de los grandes gobernantes Asirios, murió en 627. Sus sucesores no encajaron con Nabopolasar, el fundador del imperio neo-babilónico, quien comenzó su mandato en 626 (el año del llamado a profesar de Jeremías). Un poco después que la ciudad capital de Asiria, Nínive, cayó en el asalto de una coalición de babilónicos y medas en 612, Egipto (que no era amigo de Babilonia) marchó al norte en su intento de rescatar a Asiria, la cual pronto sería destruida. El Rey Josías de Judá cometió el error de tratar de detener el avance egipcio, y su muerte inesperada cerca de Meguido en 609 en las manos del Faraón Necao II fue el triste resultado (2 Crónicas 35:20-24). Jeremías quien había encontrado un afín en el espíritu del santo Josías y que había proclamado los mensajes registrados en 11:1-8; 17:19-27 durante el movimiento de reforma del rey, lamentó la muerte de Josías (ver 2 Crónicas 35:25 y su respectiva nota).
El hijo de Josías, Joacaz (ver nota textual del NIV en 22:11), también conocido como Salum, es mencionado sólo brevemente en el libro de Jeremías (22:10-12) y de una forma favorable. Necao puso a Joacaz en cadenas e hizo a Eliaquim, otro hijo de Josías, rey en su lugar, renombrándolo Joacim. Joacaz había gobernado por escasos tres meses (2 Crónicas 36:2), y su reino marca el punto en la actitud del rey hacia Jeremías. Una vez amigo y confidente del rey, el profeta ahora entraba en una época sombría de persecución y encarcelamiento, alternada con algunos periodos de libertad (20:1-2; 26:8-9; 32:2-3; 33:1; 36:26; 37:12-21; 38:6-13,28).
Joacim permaneció hostil hacia Jeremías. En una oportunidad, cuando un borrador de las escrituras proféticas fue leído a Joacim (36:21), el rey usó una navaja de escriba para cortar el pergamino, tres o cuatro columnas por vez y lanzó las piezas a la chimenea en su apartamento de invierno (vv. 22-23). Sin embargo, por mandato del Señor, Jeremías dictó sus profecías a Baruc una segunda vez, agregando “muchas palabras similares” a ellas (v. 32).
Previo a este episodio en la vida de Jeremías, un evento de importancia extraordinaria ocurrió para cambiar el curso de la historia. En el año 605 a. C., los egipcios fueron derrotados en el Éufrates de Carquemis por Nabucodonosor (46:2), el general afortunado que fue sucesor de su padre Nabopolasar como gobernante de Babilonia el mismo año. Necao regresó a Egipto luego de grandes pérdidas y a Babilonia se le dio mano libre en Asia Oeste por los próximos 70 años. Nabucodonosor sitió Jerusalén en 605, humillando a Joacim (Daniel 1:1-2) y llevándose a Daniel y a sus tres compañeros a Babilonia (Daniel 1:3-6). Más tarde, en 598-597, Nabucodonosor atacó una vez más Jerusalén, y de Joacim el rebelde no se escuchó más. Su hijo, Joaquín gobernó en Judá solo por tres meses (1 Crónicas 36:9). Jeremías predijo el cautiverio de Joaquín y sus seguidores (22:24-30), una predicción que fue cumplida posteriormente (24:1; 29:1-2).
Matanías, tío de Joaquín e hijo de Josías, fue renombrado Sedequías y colocado en el trono de Judá por Nabucodonosor en el 597 a. C. (37:1; 2 Crónicas 36:9-14). Sedequías, un gobernante débil y vacilante, a menudo favoreció a Jeremías y buscó su consejo, pero en otros momentos permitía a los enemigos del profeta que lo maltrataran y encarcelaran. Cerca del fin del reino de Sedequías, Jeremías entró en un acuerdo con él de revelarle la voluntad de Dios para con su destino, en cambio de su seguridad personal (38:14-27). Hasta entonces el profeta estuvo bajo arresto domiciliario hasta que Jerusalén fue capturada en 586 (38:28).
Mientras trataba de huir de la ciudad, Sedequías fue tomado por los perseguidores babilónicos. En su presencia, sus hijos fueron ejecutados, después de lo cual, él fue cegado por Nabucodonosor (39:1-7). Nabuzaradán, comandante de la guardia imperial, aconsejo a Jeremías a vivir con Gedalías, a quien Nabucodonosor había hecho gobernador de Judá (40:1-6). Luego de un breve término, Gedalías fue asesinado por sus oponentes (41:1-9). Otros en Judá temieron la represión babilónica y huyeron a Egipto, llevándose a Jeremías y a Baruc con ellos (43:4-7). Para ese momento, el profeta tendría probablemente alrededor de 70 años de edad. Sus últimas palabras registradas se encuentran en 44:24-30, siendo el último verso de este la única referencia explícita en la Biblia al Faraón Hofra, quien gobernó Egipto desde 589 hasta 570 a. C.
Tema y Mensaje Teológico
Referido frecuentemente como “Jeremías el Profeta” en el libro que lleva su nombre (20:2; 25:2; 28:5,10-12,15; 29:1,29; 32:2; 34:6; 36:8,26; 37:2,3,6; 38:9-10,14; 42:2,4; 43:6; 45:1; 46:1,13; 47:1; 49:34; 50:1) y en otros lugares (2 Crónicas 36:12; Daniel 9:2; Mateo 2:17; 27:9; ver Mateo 16:14), Jeremías siempre estuvo consciente de su llamado del Señor (1:5; 15:19) para ser un profeta. En tal sentido, él proclamó palabras dadas por Dios mismo (19:2) y, por lo tanto, la certeza de la realización (28:9; 32:24). Jeremías solo tuvo desprecio por falsos profetas (14:13-18; 23:13-40; 27:14-18) como Hananías (cap. 28) y Semanas (29:24-32). Muchas de sus propias predicciones se cumplieron a corto plazo (por ejemplo, 16:15; 20:4; 25:11-14; 27:19-22; 29:10; 34:4-5; 43:10-11; 44:30; 46:13), y otras –serán-cumplidas a largo plazo (por ejemplo, 23:5-6; 30:8-9; 31:31-34; 33:15-16).
Como se percibió antes, un aura de conflicto rodeó a Jeremías casi desde el principio. Él azotó los pecados de sus compatriotas (44:23), marcándolos severamente por su idolatría (16:10-13,20; 22:9; 32:29; 44:2-3,8,17-19,25) – la cual a menudo involucró sacrificar a sus hijos a dioses foráneos (ver 7:30-34 y su respectiva nota). Pero a pesar de sus pecados, Jeremías amó al pueblo de Judá, y oró por ellos (14:7,20) incluso cuando el Señor le dijo que no lo hiciera (7:16; 11:14; 14:11).
El juicio es uno de los temas predominantes en las escrituras de Jeremías, aunque él fue cuidadoso al señalar que el arrepentimiento, cuando fuera sincero, pospondría lo inevitable. Su consejo de sumisión a Babilonia y su mensaje de “la vida como es usual” a los exiliados de las primeras deportaciones lo etiquetaron como un traidor a los ojos de muchos. De hecho, por supuesto que su consejo de no rebelarse ante Babilonia lo marcaron como un verdadero patriota, un hombre que amó a su pueblo mucho como para permanecer en silencio y mirarlos autodestruirse. Al advertirles que permanecieran sumisos y no rebeldes, Jeremías revelaba la voluntad de Dios hacia ellos – siempre el prospecto más sensible ante cualquier circunstancia.
Para Jeremías Dios era lo primero. La teología del profeta concebía al Señor como el Creador de todo lo que existe (10:12-16; 51:15-19), como todopoderoso (32:27; 48:15; 51:57), presente en todas partes (23:24). Jeremías le otorgaba los atributos más elevados al Dios al cual servía (32:17-25), viéndolo como el Señor, no solo de Judá, sino de todas las naciones (5:15; 18:7-10; 25:17-28; cap. 46 – 51).
Al mismo tiempo, Dios está muy preocupado acerca de las personas individuales y su confianza hacia él. El énfasis de Jeremías para este asunto (ver, por ejemplo, 31:29-30) es similar al de Ezequiel (ver Ezequiel 18:2-4), y los dos hombres se han hecho conocidos como “los profetas de la responsabilidad individual”. La relación innegable entre el pecado y sus consecuencias, tan visible para Jeremías mientras vio a su querida Judá en su muerte agonizante, lo hizo –en la persecución de la vocación divina-un predicador feroz (5:14; 20:9; 23:29) de la justicia, y sus oráculos no han perdido ninguno de sus poderes con el pasar del tiempo.
Llamado a la tarea agonizante de anunciar la destrucción del Reino de Judá (por medio del reinado largo y malvado de Manasés y afectado superficialmente por los esfuerzos de Josías de reformar), fue la comisión de Jeremías la de introducir la acusación de Dios contra su pueblo y la proclamación del fin de una era. Al final, el Señor estaba por infligir en el remanente de su pueblo la última maldición del pacto (ver Levítico 26:31-33; Deuteronomio 28:49-68). Él desharía todo lo que había hecho por ellos desde el día que los sacó de Egipto. Parecería entonces que el fin había llegado, que la terquedad de Israel y corazón incircunciso (no consagrado) había sellado su destino final, que el pueblo elegido de Dios había sido alejado, que todas las promesas y pactos habían llegado a nada.
Pero el juicio de Dios a su pueblo (y a las naciones), aunque terrible, no era la última palabra, el trabajo final de Dios en la historia. La piedad y la lealtad al pacto triunfarían ante la guerra. Más allá del juicio, vendría la renovación y la restauración. Israel sería restaurada, las naciones que la aplastaron serían aplastadas, y los pactos antiguos (con Israel, David y los Levitas) serían honrados. Dios haría un nuevo pacto con su pueblo en el cual escribiría su ley en sus corazones (ver 31:31-34 y las notas; ver también Hebreos 8:8-12 y sus notas) y, por lo tanto, los consagraría a su servicio. El nuevo pacto se haría en la forma de tratados reales del Cercano Este y contendría promesas incondicionales, de gracia, profundamente espirituales, morales, éticas y relacionales. La casa de David gobernaría el pueblo de Dios en justicia, y sacerdotes leales servirían. El Compromiso de Dios con la redención de Israel era tan infalible como la orden segura de la creación (cap. 33).
El mensaje de Jeremías iluminó lo distante, así como también el horizonte más cercano. Fueron los falsos profetas los que proclamaron la paz a una nación rebelde, como si la paz del Dios de Israel fuera indiferente a su deslealtad. Pero el mismo Dios que llevo a Jeremías a denunciar el pecado y a pronunciar el juicio fue el Dios que lo autorizó a anunciar que la guerra divina tenía su rumbo, sus 70 años. Después de todo el perdón y la purificación vendrían – y un nuevo día, en el cual todas las viejas expectativas despertadas por los actos pasados de Dios y sus promesas y pactos, serían completadas de una forma que trascendería todas las piedades antiguas de Dios.
Características Literarias
Jeremías es el libro más largo en la biblia, conteniendo más palabras que cualquier otro libro. Aunque un número de capítulos fueron escritos principalmente en prosa (cap. 7; 11; 16; 19; 21; 24-29; 32-45), incluyendo el apéndice (cap. 52), la mayoría de las secciones son predominantemente poéticas en forma. La poesía de Jeremías es elevada y lírica. Un creador de frases hermosas, nos ha dado abundancia de pasajes memorables (por ejemplo, 2:13,26-28; 7:4,11,34; 8:20,22; 9:23-24; 10:6-7,10,12-13; 13:23; 15:20; 17:5-9; 20:13; 29:13; 30:7,22; 31:3,15,29-30,31-34; 33:3; 51:10).
La repetición poética fue usada por Jeremías con habilidades particulares (ver, por ejemplo, 4:23-26; 51:20-23) él entendió la efectividad de repetir una frase una y otra vez. Un ejemplo es “espada, hambre y plagas” encontrada en 15 versos separados (14:12; 21:7,9; 24:10; 27:8,13; 29:17-18; 32:24,36; 34:17; 38:2; 42:17,22; 44:13). Él hizo uso de criptogramas (ver notas textuales en el NIV en 25:26; 51:1,41) en ocasiones apropiadas. La aliteración y asonancia también fueron parte de su estilo literario, siendo algunos ejemplos zarim wezeruha (“foráneos… que la avienten”, 51:2) y pah?ad wapah?at wapah? (“Miedo, hoyo y lazo contra ti” 48:43; ver nota en Isaías 24:17). Así como Ezequiel, a Jeremías se le instruyó a usar simbolismo para resaltar su mensaje: un cinto podrido e inútil (13:1-11), la vasija rota (19:1-12), coyundas y yugos (cap. 27), piedras grandes en un barro enladrillado (43:8-13). El valor simbólico también es visto en los mandatos del Señor a Jeremías de no casarse y tener hijos (16:1-4), no entrar a casa donde hay un funeral o donde hay una fiesta (16:5-9), y de comprar un campo en su tierra natal, Anatot (32:6-15). De forma similar, el Señor usó herramientas visuales al llevar su mensaje a Jeremías: el alfarero de barro (18:1-10), dos cestos de higos (cap. 24).
Esquema
Diferente de Ezequiel, los oráculos en Jeremías no están dispuestos en orden cronológico. De haber estado ordenados, la secuencia de las secciones dentro del libro habrían sido aproximadamente como sigue: 1:1 – 7:15; cap. 26; 7:16 – 20:18; cap. 25; cap. 46 - 51; 36:1-8; cap. 45; 36:9-32; cap. 35; cap. 21 - 24; cap. 27 - 31; 34:1-7; 37:1-10; 34:8-22; 37:11 – 38:13; 39:15-18; cap. 32 - 33; 38:14 – 39:14; 52:1-30; cap. 40 - 44; 52:31-34. El esquema debajo representa un análisis del libro de Jeremías en su orden canónico actual: