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y regresando del sepulcro, anunciaron todas estas cosas a los once y a todos los demás.
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Eran María Magdalena y Juana y María, la madre de Jacobo; también las demás mujeres con ellas referían estas cosas a los apóstoles.
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Y a ellos estas palabras les parecieron como disparates, y no las creyeron.
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Pero Pedro se levantó y corrió al sepulcro; e inclinándose para mirar adentro, vio<***> sólo las envolturas de lino; y se fue a su casa, maravillado de lo que había acontecido.
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Y he aquí que aquel mismo día dos de ellos iban a una aldea llamada Emaús, que estaba como a once kilómetros de Jerusalén.
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Y conversaban entre sí acerca de todas estas cosas que habían acontecido.
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Y sucedió que mientras conversaban y discutían, Jesús mismo se acercó y caminaba con ellos.
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Pero sus ojos estaban velados para que no le reconocieran.
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Y El les dijo: ¿Qué discusiones son estas que tenéis entre vosotros mientras vais andando? Y ellos se detuvieron, con semblante triste.
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Respondiendo uno de ellos, llamado Cleofas, le dijo: ¿Eres tú el único visitante en Jerusalén que no sabe las cosas que en ella han acontecido en estos días?
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Entonces El les dijo: ¿Qué cosas? Y ellos le dijeron: Las referentes a Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obra y en palabra delante de Dios y de todo el pueblo;
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y cómo los principales sacerdotes y nuestros gobernantes le entregaron a sentencia de muerte y le crucificaron.
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Pero nosotros esperábamos que El era el que iba a redimir a Israel. Pero además de todo esto, este es el tercer día desde que estas cosas acontecieron.
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Y también algunas mujeres de entre nosotros nos asombraron; pues cuando fueron de madrugada al sepulcro,
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y al no hallar su cuerpo, vinieron diciendo que también habían visto una aparición de ángeles que decían que El vivía.
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Algunos de los que estaban con nosotros fueron al sepulcro, y lo hallaron tal como también las mujeres habían dicho; pero a El no le vieron.
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Entonces Jesús les dijo: ¡Oh insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que los profetas han dicho!
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¿No era necesario que el Cristo padeciera todas estas cosas y entrara en su gloria?
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Y comenzando por Moisés y continuando con todos los profetas, les explicó lo referente a El en todas las Escrituras.
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Se acercaron a la aldea adonde iban, y El hizo como que iba más lejos.
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Y ellos le instaron, diciendo: Quédate con nosotros, porque está atardeciendo, y el día ya ha declinado. Y entró a quedarse con ellos.
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Y sucedió que al sentarse a la mesa con ellos, tomó pan, y lo bendijo; y partiéndolo, les dio.
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Entonces les fueron abiertos los ojos y le reconocieron; pero El desapareció de la presencia de ellos.
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Y se dijeron el uno al otro: ¿No ardía nuestro corazón dentro de nosotros mientras nos hablaba en el camino, cuando nos abría las Escrituras?
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Y levantándose en esa misma hora, regresaron a Jerusalén, y hallaron reunidos a los once y a los que estaban con ellos,
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que decían: Es verdad que el Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón.
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Y ellos contaban sus experiencias en el camino, y cómo le habían reconocido en el partir del pan.
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Mientras ellos relataban estas cosas, Jesús se puso en medio de ellos, y les dijo: Paz a vosotros.
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Pero ellos, aterrorizados y asustados, pensaron que veían un espíritu.
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Y El les dijo: ¿Por qué estáis turbados, y por qué surgen dudas en vuestro corazón?
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Mirad mis manos y mis pies, que soy yo mismo; palpadme y ved, porque un espíritu no tiene carne ni huesos como veis que yo tengo.
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Y cuando dijo esto les mostró las manos y los pies.
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Como ellos todavía no lo creían a causa de la alegría y que estaban asombrados, les dijo: ¿Tenéis aquí algo de comer?
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Entonces ellos le presentaron parte de un pescado asado .
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Y les dijo: Esto es lo que yo os decía cuando todavía estaba con vosotros: que era necesario que se cumpliera todo lo que sobre mí está escrito en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos.
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Entonces les abrió la mente para que comprendieran las Escrituras,
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y les dijo: Así está escrito, que el Cristo padeciera y resucitara de entre los muertos al tercer día;
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y que en su nombre se predicara el arrepentimiento para el perdón de los pecados a todas las naciones, comenzando desde Jerusalén.
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Y he aquí, yo enviaré sobre vosotros la promesa de mi Padre; pero vosotros, permaneced en la ciudad hasta que seáis investidos con poder de lo alto.
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Entonces los condujo fuera de la ciudad, hasta cerca de Betania, y alzando sus manos, los bendijo.
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Y aconteció que mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado arriba al cielo.
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Ellos, después de adorarle, regresaron a Jerusalén con gran gozo,
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y estaban siempre en el templo alabando a Dios.