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Los filisteos rechazan a David Todo el ejército filisteo se movilizó en Afec, y los israelitas acamparon junto al manantial de Jezreel.
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Mientras los gobernantes filisteos dirigían a sus tropas en grupos de cien y de mil, David y sus hombres marcharon por la retaguardia con el rey Aquis.
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Pero los comandantes filisteos reclamaron: —¿Qué hacen aquí estos hebreos? Y Aquis les dijo: —Este es David, el siervo de Saúl, rey de Israel. Él ha estado conmigo por años, y no he encontrado en él ninguna falta, desde que llegó hasta el día de hoy.
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Pero los comandantes filisteos se enojaron. —¡Envíalo de vuelta a la ciudad que le diste! —le exigieron—. No puede ir con nosotros a la batalla. ¿Y si se vuelve contra nosotros durante la batalla y se convierte en nuestro adversario? ¿Qué mejor manera de reconciliarse con su amo que entregándole nuestras cabezas?
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¿No es este el mismo David por quien las mujeres de Israel cantan en sus danzas: “Saúl mató a sus miles, y David, a sus diez miles”?
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Así que Aquis finalmente mandó traer a David y le dijo: —Juro por el Señor que has sido un aliado confiable. Pienso que debes ir conmigo a la batalla, porque no he encontrado una sola falla en ti desde que llegaste hasta el día de hoy. Pero los demás gobernantes filisteos no quieren ni oír hablar del tema.
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Por favor, no los inquietes y regresa sin llamar la atención.
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—¿Qué he hecho para merecer esto? —preguntó David—. ¿Qué ha encontrado en su siervo para que no pueda ir y pelear contra los enemigos de mi señor el rey?
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Pero Aquis insistió: —En lo que a mí respecta, eres tan perfecto como un ángel de Dios. Pero los comandantes filisteos tienen miedo e insisten en que no los acompañen en la batalla.
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Ahora, levántate temprano en la mañana y vete con tus hombres en cuanto amanezca.
11
Entonces David y sus hombres regresaron a la tierra de los filisteos, mientras que el ejército filisteo avanzó hasta Jezreel.