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Saludos de Pablo Les escribo, yo, el apóstol Pablo. No fui nombrado apóstol por ningún grupo de personas ni por ninguna autoridad humana, sino por Jesucristo mismo y por Dios Padre, quien levantó a Jesús de los muertos.
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Todos los hermanos de este lugar se unen a mí para enviar esta carta que escribo a las iglesias de Galacia.
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Que Dios nuestro Padre y el Señor Jesucristo les concedan gracia y paz.
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Tal como Dios nuestro Padre lo planeó, Jesús entregó su vida por nuestros pecados para rescatarnos de este mundo de maldad en el que vivimos.
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¡A Dios sea toda la gloria por siempre y para siempre! Amén.
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Un solo camino verdadero Estoy horrorizado de que ustedes estén apartándose tan pronto de Dios, quien los llamó a sí mismo por medio de la amorosa misericordia de Cristo. Están siguiendo un evangelio diferente, que aparenta ser la Buena Noticia,
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pero no lo es en absoluto. Están siendo engañados por los que a propósito distorsionan la verdad acerca de Cristo.
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Si alguien —ya sea nosotros o incluso un ángel del cielo— les predica otra Buena Noticia diferente de la que nosotros les hemos predicado, que le caiga la maldición de Dios.
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Repito lo que ya hemos dicho: si alguien predica otra Buena Noticia distinta de la que ustedes han recibido, que esa persona sea maldita.
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Queda claro que no es mi intención ganarme el favor de la gente, sino el de Dios. Si mi objetivo fuera agradar a la gente, no sería un siervo de Cristo.
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El mensaje de Pablo procede de Cristo Amados hermanos, quiero que entiendan que el mensaje del evangelio que predico no se basa en un simple razonamiento humano.
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No recibí mi mensaje de ninguna fuente humana ni nadie me lo enseñó. En cambio, lo recibí por revelación directa de Jesucristo.
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Ustedes saben cómo me comportaba cuando pertenecía a la religión judía y cómo perseguí con violencia a la iglesia de Dios. Hice todo lo posible por destruirla.
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Yo superaba ampliamente a mis compatriotas judíos en mi celo por las tradiciones de mis antepasados.
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Pero aun antes de que yo naciera, Dios me eligió y me llamó por su gracia maravillosa. Luego le agradó
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revelarme a su Hijo para que yo proclamara a los gentiles la Buena Noticia acerca de Jesús. Cuando esto sucedió, no me apresuré a consultar con ningún ser humano.
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Tampoco subí a Jerusalén para pedir consejo de los que eran apóstoles antes que yo. En cambio, me fui a la región de Arabia y después regresé a la ciudad de Damasco.
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Luego, tres años más tarde, fui a Jerusalén para conocer a Pedro y me quedé quince días con él.
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El único otro apóstol que conocí en esos días fue Santiago, el hermano del Señor.
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Declaro delante de Dios que no es mentira lo que les escribo.
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Después de esa visita, me dirigí al norte, a las provincias de Siria y Cilicia.
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Y aun así, las congregaciones cristianas de Judea todavía no me conocían personalmente.
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Todo lo que sabían de mí era lo que la gente decía: «¡El que antes nos perseguía ahora predica la misma fe que trataba de destruir!».