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Cuando regresaron los apóstoles, le relataron a Jesús lo que habían hecho. Él se los llevó consigo y se retiraron solos a un pueblo llamado Betsaida,
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pero la gente se enteró y lo siguió. Él los recibió y les habló del reino de Dios. También sanó a los que lo necesitaban.
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Al atardecer se le acercaron los doce y le dijeron:—Despide a la gente, para que vaya a buscar alojamiento y comida en los campos y pueblos cercanos, pues donde estamos no hay nada.a
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—Denles ustedes mismos de comer —les dijo Jesús.—No tenemos más que cinco panes y dos pescados, a menos que vayamos a comprar comida para toda esta gente —objetaron ellos,
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porque había allí unos cinco mil hombres.Pero Jesús dijo a sus discípulos:—Hagan que se sienten en grupos como de cincuenta cada uno.
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Así lo hicieron los discípulos, y se sentaron todos.
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Entonces Jesús tomó los cinco panes y los dos pescados, y mirando al cielo, los bendijo. Luego los partió y se los dio a los discípulos para que se los repartieran a la gente.
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Todos comieron hasta quedar satisfechos, y de los pedazos que sobraron se recogieron doce canastas.
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Un día cuando Jesús estaba orando para sí, estando allí sus discípulos, les preguntó:—¿Quién dice la gente que soy yo?
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—Unos dicen que Juan el Bautista, otros que Elías, y otros que uno de los antiguos profetas ha resucitado —respondieron.
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—Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?—El Cristo de Dios —afirmó Pedro.
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Jesús les ordenó terminantemente que no dijeran esto a nadie. Y les dijo:
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—El Hijo del hombre tiene que sufrir muchas cosas y ser rechazado por los ancianos, los jefes de los sacerdotes y los maestros de la ley. Es necesario que lo maten y que resucite al tercer día.
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Dirigiéndose a todos, declaró:—Si alguien quiere ser mi discípulo, que se niegue a sí mismo, lleve su cruz cada día y me siga.
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Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa, la salvará.
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¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero si se pierde o se destruye a sí mismo?
26
Si alguien se avergüenza de mí y de mis palabras, el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga en su gloria y en la gloria del Padre y de los santos ángeles.
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Además, les aseguro que algunos de los aquí presentes no sufrirán la muerte sin antes haber visto el reino de Dios.
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Unos ocho días después de decir esto, Jesús, acompañado de Pedro, Juan y Jacobo, subió a una montaña a orar.
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Mientras oraba, su rostro se transformó, y su ropa se tornó blanca y radiante radiante.
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Y aparecieron dos personajes —Moisés y Elías— que conversaban con Jesús.
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Tenían un aspecto glorioso, y hablaban de la partidab de Jesús, que él estaba por llevar a cabo en Jerusalén.
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Pedro y sus compañeros estaban rendidos de sueño, pero cuando se despabilaron, vieron su gloria y a los dos personajes que estaban con él.
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Mientras estos se apartaban de Jesús, Pedro, sin saber lo que estaba diciendo, propuso:—Maestro, ¡qué bien que estemos aquí! Podemos levantar tres albergues: uno para ti, otro para Moisés y otro para Elías.
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Estaba hablando todavía cuando apareció una nube que los envolvió, de modo que se asustaron.
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Entonces salió de la nube una voz que dijo: «Este es mi Hijo, mi escogido; escúchenlo».
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Después de oírse la voz, Jesús quedó solo. Los discípulos guardaron esto en secreto, y por algún tiempo a nadie contaron nada de lo que habían visto.
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Al día siguiente, cuando bajaron de la montaña, le salió al encuentro mucha gente.
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Y un hombre de entre la multitud exclamó:—Maestro, te ruego que atiendas a mi hijo, pues es el único que tengo.
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Resulta que un espíritu se posesiona de él, y de repente el muchacho se pone a gritar; también lo sacude con violencia y hace que eche espumarajos. Cuando lo atormenta, a duras penas lo suelta.
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Ya les rogué a tus discípulos que lo expulsaran, pero no pudieron.
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—¡Ah, generación incrédula y perversa! —respondió Jesús—. ¿Hasta cuándo tendré que estar con ustedes y soportarlos? Trae acá a tu hijo.
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Estaba acercándose el muchacho cuando el demonio lo derribó con una convulsión. Pero Jesús reprendió al espíritu maligno, sanó al muchacho y se lo devolvió al padre.
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Y todos se quedaron asombrados de la grandeza de Dios.En medio de tanta admiración por todo lo que hacía, Jesús dijo a sus discípulos:
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—Presten mucha atención a lo que les voy a decir: El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres.
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Pero ellos no entendían lo que quería decir con esto. Les estaba encubierto para que no lo comprendieran, y no se atrevían a preguntárselo.
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Surgió entre los discípulos una discusión sobre quién de ellos sería el más importante.
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Como Jesús sabía bien lo que pensaban, tomó a un niño y lo puso a su lado.
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—El que recibe en mi nombre a este niño —les dijo—, me recibe a mí; y el que me recibe a mí, recibe al que me envió. El que es más insignificante entre todos ustedes, ese es el más importante.
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—Maestro —intervino Juan—, vimos a un hombre que expulsaba demonios en tu nombre; pero como no anda con nosotros, tratamos de impedírselo.
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—No se lo impidan —les replicó Jesús—, porque el que no está contra ustedes está a favor de ustedes.