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Tan pronto como amaneció, los jefes de los sacerdotes, con los ancianos, los maestros de la ley y el Consejo en pleno, llegaron a una decisión. Ataron a Jesús, se lo llevaron y se lo entregaron a Pilato.
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—¿Eres tú el rey de los judíos? —le preguntó Pilato.—Tú mismo lo dices —respondió.
3
Los jefes de los sacerdotes se pusieron a acusarlo de muchas cosas.
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—¿No vas a contestar? —le preguntó de nuevo Pilato—. Mira de cuántas cosas te están acusando.
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Pero Jesús ni aun con eso contestó nada, de modo que Pilato se quedó asombrado.
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Ahora bien, durante la fiesta él acostumbraba soltarles un preso, el que la gente pidiera.
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Y resulta que un hombre llamado Barrabás estaba encarcelado con los rebeldes condenados por haber cometido homicidio en una insurrección.
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Subió la multitud y le pidió a Pilato que le concediera lo que acostumbraba.
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—¿Quieren que les suelte al rey de los judíos? —replicó Pilato,
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porque se daba cuenta de que los jefes de los sacerdotes habían entregado a Jesús por envidia.
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Pero los jefes de los sacerdotes incitaron a la multitud para que Pilato les soltara más bien a Barrabás.
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—¿Y qué voy a hacer con el que ustedes llaman el rey de los judíos? —les preguntó Pilato.
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De la misma manera se burlaban de él los jefes de los sacerdotes junto con los maestros de la ley.—Salvó a otros —decían—, ¡pero no puede salvarse a sí mismo!
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Que baje ahora de la cruz ese Cristo, el rey de Israel, para que veamos y creamos.También lo insultaban los que estaban crucificados con él.
33
Desde el mediodía y hasta la media tarde quedó toda la tierra en oscuridad.
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A las tres de la tarded Jesús gritó a voz en cuello:—Eloi, Eloi, ¿lama sabactani? (que significa: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?”).e
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Cuando lo oyeron, algunos de los que estaban cerca dijeron:—Escuchen, está llamando a Elías.
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Un hombre corrió, empapó una esponja en vinagre, la puso en una caña y se la ofreció a Jesús para que bebiera.—Déjenlo, a ver si viene Elías a bajarlo —dijo.
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Entonces Jesús, lanzando un fuerte grito, expiró.
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La cortina del santuario del templo se rasgó en dos, de arriba abajo.
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Y el centurión, que estaba frente a Jesús, al oír el grito yf ver cómo murió, dijo:—¡Verdaderamente este hombre era el Hijog de Dios!
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Algunas mujeres miraban desde lejos. Entre ellas estaban María Magdalena, María la madre de Jacobo el menor y de José, y Salomé.
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Estas mujeres lo habían seguido y atendido cuando estaba en Galilea. Además había allí muchas otras que habían subido con él a Jerusalén.
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Era el día de preparación (es decir, la víspera del sábado). Así que al atardecer,
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José de Arimatea, miembro distinguido del Consejo, y que también esperaba el reino de Dios, se atrevió a presentarse ante Pilato para pedirle el cuerpo de Jesús.
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Pilato, sorprendido de que ya hubiera muerto, llamó al centurión y le preguntó si hacía mucho queh había muerto.
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Una vez informado por el centurión, le entregó el cuerpo a José.
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Entonces José bajó el cuerpo, lo envolvió en una sábana que había comprado, y lo puso en un sepulcro cavado en la roca. Luego hizo rodar una piedra a la entrada del sepulcro.
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María Magdalena y María la madre de José vieron dónde lo pusieron.