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Estando Jesús en Betania, en casa de Simón llamado el Leproso,
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se acercó una mujer con un frasco de alabastro lleno de un perfume muy caro, y lo derramó sobre la cabeza de Jesús mientras él estaba sentado a la mesa.
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Al ver esto, los discípulos se indignaron.—¿Para qué este desperdicio? —dijeron—.
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Podía haberse vendido este perfume por mucho dinero para darlo a los pobres.
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Consciente de ello, Jesús les dijo:—¿Por qué molestan a esta mujer? Ella ha hecho una obra hermosa conmigo.
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A los pobres siempre los tendrán con ustedes, pero a mí no me van a tener siempre.
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Al derramar ella este perfume sobre mi cuerpo, lo hizo a fin de prepararme para la sepultura.
13
Les aseguro que en cualquier parte del mundo donde se predique este evangelio, se contará también, en memoria de esta mujer, lo que ella hizo.
17
El primer día de la fiesta de los Panes sin levadura, se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron:—¿Dónde quieres que hagamos los preparativos para que comas la Pascua?
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Él les respondió que fueran a la ciudad, a la casa de cierto hombre, y le dijeran: «El Maestro dice: “Mi tiempo está cerca. Voy a celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos”».
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Los discípulos hicieron entonces como Jesús les había mandado, y prepararon la Pascua.
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Al anochecer, Jesús estaba sentado a la mesa con los doce.
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Mientras comían, les dijo:—Les aseguro que uno de ustedes me va a traicionar.
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Ellos se entristecieron mucho, y uno por uno comenzaron a preguntarle:—¿Acaso seré yo, Señor?
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—El que mete la mano conmigo en el plato es el que me va a traicionar —respondió Jesús—.
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A la verdad el Hijo del hombre se irá, tal como está escrito de él, pero ¡ay de aquel que lo traiciona! Más le valdría a ese hombre no haber nacido.
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—¿Acaso seré yo, Rabí? —le dijo Judas, el que lo iba a traicionar.—Tú lo has dicho —le contestó Jesús.
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Mientras comían, Jesús tomó pan y lo bendijo. Luego lo partió y se lo dio a sus discípulos, diciéndoles:—Tomen y coman; esto es mi cuerpo.
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Después tomó la copa, dio gracias, y se la ofreció diciéndoles:—Beban de ella todos ustedes.
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Esto es mi sangre del pacto,a que es derramada por muchos para el perdón de pecados.
29
Les digo que no beberé de este fruto de la vid desde ahora en adelante, hasta el día en que beba con ustedes el vino nuevo en el reino de mi Padre.
30
Después de cantar los salmos, salieron al monte de los Olivos.
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Luego fue Jesús con sus discípulos a un lugar llamado Getsemaní, y les dijo: «Siéntense aquí mientras voy más allá a orar».
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Se llevó a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, y comenzó a sentirse triste y angustiado.
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«Es tal la angustia que me invade, que me siento morir —les dijo—. Quédense aquí y manténganse despiertos conmigo».
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Yendo un poco más allá, se postró sobre su rostro y oró: «Padre mío, si es posible, no me hagas beber este trago amargo.c Pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieres tú».
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Luego volvió adonde estaban sus discípulos y los encontró dormidos. «¿No pudieron mantenerse despiertos conmigo ni una hora? —le dijo a Pedro—.
41
Estén alerta y oren para que no caigan en tentación. El espíritu está dispuesto, pero el cuerpod es débil».
42
Por segunda vez se retiró y oró: «Padre mío, si no es posible evitar que yo beba este trago amargo,e hágase tu voluntad».
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Cuando volvió, otra vez los encontró dormidos, porque se les cerraban los ojos de sueño.
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Así que los dejó y se retiró a orar por tercera vez, diciendo lo mismo.
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Volvió de nuevo a los discípulos y les dijo: «¿Siguen durmiendo y descansando? Miren, se acerca la hora, y el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de pecadores.
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¡Levántense! ¡Vámonos! ¡Ahí viene el que me traiciona!»
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Todavía estaba hablando Jesús cuando llegó Judas, uno de los doce. Lo acompañaba una gran turba armada con espadas y palos, enviada por los jefes de los sacerdotes y los ancianos del pueblo.
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El traidor les había dado esta contraseña: «Al que le dé un beso, ese es; arréstenlo».
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En seguida Judas se acercó a Jesús y lo saludó.—¡Rabí! —le dijo, y lo besó.
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—Amigo —le replicó Jesús—, ¿a qué vienes?fEntonces los hombres se acercaron y prendieron a Jesús.
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En eso, uno de los que estaban con él extendió la mano, sacó la espada e hirió al siervo del sumo sacerdote, cortándole una oreja.
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—Guarda tu espada —le dijo Jesús—, porque los que a hierro matan, a hierro mueren.g
53
¿Crees que no puedo acudir a mi Padre, y al instante pondría a mi disposición más de doce batallonesh de ángeles?
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Pero entonces, ¿cómo se cumplirían las Escrituras que dicen que así tiene que suceder?
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Y de inmediato dijo a la turba:—¿Acaso soy un bandido,i para que vengan con espadas y palos a arrestarme? Todos los días me sentaba a enseñar en el templo, y no me prendieron.
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Pero todo esto ha sucedido para que se cumpla lo que escribieron los profetas.Entonces todos los discípulos lo abandonaron y huyeron.
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Los que habían arrestado a Jesús lo llevaron ante Caifás, el sumo sacerdote, donde se habían reunido los maestros de la ley y los ancianos.
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Pero Pedro lo siguió de lejos hasta el patio del sumo sacerdote. Entró y se sentó con los guardias para ver en qué terminaba aquello.
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Los jefes de los sacerdotes y el Consejo en pleno buscaban alguna prueba falsa contra Jesús para poder condenarlo a muerte.
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Pero no la encontraron, a pesar de que se presentaron muchos falsos testigos.Por fin se presentaron dos,
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que declararon:—Este hombre dijo: “Puedo destruir el templo de Dios y reconstruirlo en tres días”.
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Poniéndose en pie, el sumo sacerdote le dijo a Jesús:—¿No vas a responder? ¿Qué significan estas denuncias en tu contra?
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Pero Jesús se quedó callado. Así que el sumo sacerdote insistió:—Te ordeno en el nombre del Dios viviente que nos digas si eres el Cristo, el Hijo de Dios.
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—Tú lo has dicho —respondió Jesús—. Pero yo les digo a todos: De ahora en adelante verán ustedes al Hijo del hombre sentado a la derecha del Todopoderoso, y viniendo en las nubes del cielo.
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—¡Ha blasfemado! —exclamó el sumo sacerdote, rasgándose las vestiduras—. ¿Para qué necesitamos más testigos? ¡Miren, ustedes mismos han oído la blasfemia!
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¿Qué piensan de esto?—Merece la muerte —le contestaron.
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Entonces algunos le escupieron en el rostro y le dieron puñetazos. Otros lo abofeteaban
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y decían:—A ver, Cristo, ¡adivina quién te pegó!