Amor de porcelana
De la Palabra de Dios:“Honren el matrimonio, y los casados manténganse fieles el uno al otro” (Hebreos 13:4, NTV).
Mi esposo, Abel, y yo, celebramos hace apenas un mes 20 años de casados, ¡el tiempo vuela! Según me dijo mi mamá, son bodas de porcelana y me compartió algunos datos. Así que decidí investigar un poco más sobre este material y mira lo que encontré:
“La porcelana es un material cerámico producido de forma artesanal o industrial y tradicionalmente blanco, compacto, duro, translúcido, impermeable, resonante, de baja elasticidad y altamente resistente al ataque químico y al choque térmico… la porcelana se cuece a una temperatura alta, alrededor de 1200 Celsius. El proceso de cocción se realiza en dos etapas. La primera corresponde a la obtención del bizcocho (850-900 °C) y la segunda corresponde al vidriado (a temperaturas que varían según el producto entre 1175 y 1450 °C)… La porcelana se suele decorar en una tercera cocción (tercer fuego) con pigmentos que se obtienen a partir de óxidos metálicos calcinados.”1
Interesante, ¿verdad? Un material blanco, un color que nos recuerda la pureza. Y es justo a eso que Dios nos llama en el matrimonio, a mantenerlo puro, sin mezclas, fiel, tal y como nos dice el texto del principio.
Dice también que es un material compacto y duro. Esa debe ser nuestra meta en esta relación, y es por lo que hemos luchado nosotros durante estos veinte años. ¿Qué es un matrimonio compacto, duro? Un matrimonio donde el “amor nunca se da por vencido, jamás pierde la fe, siempre tiene esperanzas y se mantiene firme en toda circunstancia” (1 Corintios 13:7, NTV). Un matrimonio que resiste porque se ha forjado bajo las altas temperaturas de la vida. Igual que la porcelana. En los momentos de calor y cocción no se retracta sino que permanece y se afianza.
Como la porcelana, los matrimonios pasan por distintas etapas y en cada una de ellas algo nuevo se logra, algo se supera. Los primeros años fueron de adaptarnos el uno al otro. Estábamos en la etapa del “bizcocho de porcelana”. Muchas cosas por solidificar, otras que necesitaban derretirse y desaparecer.
Creo que ahora estamos en el vidriado, donde la temperatura varía porque tenemos hijos, en edades diferentes; tenemos responsabilidades profesionales y en el ministerio; una etapa de muchos desafíos. Ya no tenemos 20 años como cuando nos casamos y la madurez nos lleva a hacer las cosas de otra manera y a entender la brevedad de la vida como para malgastarla en pequeñeces.
Aún nos queda mucho por andar, si el Señor lo permite y nos regala muchos años de este lado de la eternidad. Entonces vendrá el decorado, cuando ya los hijos crecen y llegan los nietos; cuando las metas cambian y quizá tengamos que ayudarnos el uno al otro porque nos falle la vista o la visión. Pero entonces ya seremos una obra de porcelana completa, con adornos y todo, en la que Dios poco a poco fue formando la vasija que había diseñado desde el principio. Él es el alfarero por excelencia y si le damos espacio, hará algo lindo con cada una de las relaciones que tenemos en la vida, especialmente con el matrimonio.
No, no tenemos un matrimonio perfecto. A veces nos enojamos, otras veces nos frustramos el uno con el otro. Pero nos amamos, porque así es el amor, no espera perfección. Y si me preguntas si tengo el matrimonio que soñé cuando todavía no me había casado, tengo que decir que no… ¡es mucho mejor que cualquiera de mis sueños! Dios excedió con creces mis expectativas. Estos veinte años son realmente para su gloria, y si a alguien tenemos que condecorar con una medalla es a nuestro Señor Jesús que hasta aquí nos ha traído y que con paciencia nos ha ayudado a moldearnos y nos ha enseñado el amor, como Dios lo diseñó. En verdad un “cordón de tres dobleces no se rompe pronto”.
No me quedan dudas, si tuviera que empezar de nuevo, lo haría con los ojos cerrados.
El éxito matrimonial es posible si decidimos vivirlo como Dios lo diseñó,
Wendy
Para aprender más sobre el diseño divino de Dios, te invito a visitarme en wendybello.com
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