Lecciones de un fin de semana estresante
De la Palabra de Dios: “Amados hermanos, cuando tengan que enfrentar cualquier tipo de problemas, considérenlo como un tiempo para alegrarse mucho porque ustedes saben que, siempre que se pone a prueba la fe, la constancia tiene una oportunidad para desarrollarse. Así que dejen que crezca, pues una vez que su constancia se haya desarrollado plenamente, serán perfectos y completos, y no les faltará nada” (Santiago 1: 2-4, NTV).
—¡Qué raro el reflejo del sol! ¡Se ve naranja! —le dije a mi esposo, mirando al suelo pero de espaldas a la puerta de cristal.
—Sí…qué raro, ¿no? —me contestó él casi al salir con los niños para la piscina de la casa club.
Al poco rato regresó alarmado.
—El reflejo naranja es porque hay un enorme incendio, voy a subir al cuarto para ver si puedo verlo mejor.
Me asomé por la ventana y vi entonces la enorme columna de humo negro que se alzaba al cielo con fuerza brutal. Venía de la zona boscosa cerca de nuestra casa. Y sentí un nudo en el estómago.
Ese día yo estaba particularmente cansada porque había pasado gran parte del sábado y toda la noche hasta media mañana del domingo en el hospital con mi abuelita que entonces tenía 96 años. El diagnóstico no lucía nada bien y, aunque sabíamos que sus años estaban terminando y que le esperaba una eternidad de gloria con su Jesús, no es fácil la separación.
El libro “Una mujer sabia” se lanzaba ese lunes y todavía faltaban detalles por terminar para el lanzamiento.
El humo comenzó a cubrir el cielo cada vez más, las sirenas de los bomberos y la policía no paraban y al poco rato ya las avenidas y calles principales de nuestro vecindario estaban cerradas. No se sabía si nos evacuarían o no, pero teníamos que prepararnos.
Te confieso que el estrés comenzó a hacerse sentir en mí. Mil cosas me pasaron por la mente. ¿Y si perdemos todo? ¿Y si mi abuela no llega a mañana? ¿Y si no puedo terminar lo que falta para el lanzamiento que ya está anunciado? Y encima de todo, nuestro viaje de celebración por los 20 años de casados era ese mismo jueves y sabía que si lo cancelaba, perderíamos todo lo que ya estaba pagado.
Los niños estaban visiblemente asustados. Mi hijo que tenía siete años corrió a mis abrazos llorando. El espectáculo que sus ojos contemplaban justificaba su temor. Mi hija, mujer al fin, comenzó a recoger sus cosas más queridas e importantes.
Y yo… ¡yo no sabía por dónde comenzar!
La noche empezó a caer y las casas más cercanas a las nuestras quedaron a oscuras porque les quitaron la electricidad de manera preventiva. La policía decía algo por el altavoz que yo no lograba entender a la distancia y con las ventanas cerradas para que el humo no entrara.
Por fin decidí recoger los documentos más importantes, algunos álbumes de fotos, y recuerdos. La realidad es que no tenía cabeza para más. Sentía que todo daba vueltas, como un enorme torbellino. ¡El estrés es cosa seria!
Llegó la hora de dormir pero la agitación no nos dejaba. Ya sabíamos que por ahora no había evacuación. Nos arrodillamos junto a mi cama y oramos, clamamos a Dios por protección y misericordia. Clamamos por los bomberos, por los vecinos; rogamos por lluvia y por la paz del Señor en nuestros corazones.
Mi hija me hizo una pregunta que ya había pasado por mi mente: “Mami, ¿y si el Señor quiere que pasemos por esta prueba?” Sus ojos humedecidos buscaban en mí una respuesta sabia. Sabes, mi querida lectora, yo no podía decirle “no, Dios no quiere eso”. Porque la realidad es que nadie lo sabe. Las pruebas sí vienen a nuestra vida, y cada una puede lucir diferente. Pero lo que sí le dije a mi hija fue esto: “Nuestras vidas están en manos de Dios, Dani. Él no nos abandona aunque todo se vea tan oscuro como esta noche o como el humo. Tenemos que confiar.”
Después seguí pensando que de ese día tan estresante saqué varias lecciones y con eso quiero terminar hoy.
La primera: Los momentos de estrés, de cosas inesperadas, son momentos que prueban si realmente confiamos en Dios o no. Puede que sintamos temor, puede que nos asustemos, pero esos son los momentos para saber de verdad en quién hemos creído.
La segunda: Es bueno tener todo lo importante de la familia en un lugar, que todos en la casa sepan, para en caso de emergencia estar listos. Y con esto me refiero sobre todo a documentos y cosas importantes.
La tercera: Cuando atravesemos por situaciones difíciles tendremos la oportunidad inigualable de mostrar a nuestros hijos que la oración es el primer y mejor recurso con que contamos.
La cuarta: La manera en que como madres y esposas reaccionemos tendrá un gran peso en cómo nuestra familia sobrelleva las tempestades.
El incendio continuó, se expandió, y al día siguiente tuvimos que irnos a dormir a casa de mi mamá porque el humo y su olor ya se hacían insoportables. Seguimos orando por lluvia.
El martes en la mañana, luego de dejar a mi hijo en la escuela, regresé a la casa para ver la situación y contarle a mi esposo que iba de camino a su trabajo. ¡Todo estaba mojado! ¡Había llovido! Y llovió durante ese día y los siguientes. ¡Dios hizo el milagro! Poco a poco el incendio se fue apagando.
Mi abuela salió del hospital y vivió varios meses más sonriente y contenta.
Mi esposo y yo dimos nuestro viaje de aniversario.
Y “Una mujer sabia” vio la luz, el día en que estaba programado, para la gloria de Dios.
Sí, fue un fin de semana muy estresante, si me das a escoger, no quisiera vivirlo de nuevo. Sin embargo, vale la pena recordar las palabras de Santiago que cité al principio. ¡Así entenderemos el diseño de Dios!
Te invito a visitar mi blog para aprender más sobre el diseño divino para tu vida.
(Publicado originalmente en wendybello.com)
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