Con Diseño Divino

¿Impotente?

De la Palabra de Dios: “Quiero conocer a Cristo y experimentar el gran poder que lo levantó de los muertos”. (Filipenses 3:10, NTV)

¿Alguna vez te has sentido impotente? ¿Incapaz de cambiar tus circunstancias, de cambiar la actitud de otra persona, de cambiarte a ti misma? Sé lo que se siente. En múltiples ocasiones he querido cambiar todo lo mencionado antes, especialmente eso último, y más.  Pero, en su expresión más literal y estricta, no tenemos poder para nada de eso y cuando lo comprendemos, muchas veces nos sentimos…bueno, impotentes. ¿De dónde sacamos fuerzas entonces para seguir, de dónde puede venir el cambio necesario? 

Esta semana releí algo que casi me sé de memoria. Está escrito en una carta que fue redactada hace muchos  años en una prisión romana, por alguien que de seguro se sentía más que impotente pues estaba atado con cadenas a un soldado las 24 horas del día. Piensa en las implicaciones que eso tiene ¡y dime si no es como para sentirse súper impotente!

Si te leyeras esta carta completa verías que el hombre no se queja ni una sola vez, a pesar de sus difíciles circunstancias. Al contrario, muchas veces habla de alegría y gozo. Me pongo a pensar que de haber estado en su situación, yo hubiera escrito todo un manifiesto acerca de lo injusto de mis circunstancias, de cuán crueles eran los romanos y hubiera tratado de que se enterara todo el mundo conocido entonces, a pesar de que no había imprenta, ni correo y mucho menos Internet.

Te hablo de la carta de Pablo el apóstol a los filipenses, y lo que releí es justo el pasaje que aparece al principio: “Quiero conocer a Cristo y experimentar el gran poder que lo levantó de los muertos”. Muchas veces cuando pensamos en la muerte y la resurrección de Jesús por alguna razón lo limitamos a la muerte física y la victoria sobre la misma. Sin embargo, pensando en estas palabras de Pablo, yo quiero experimentar ese gran poder también en esta vida; quiero cambiar mi impotencia por la potencia de Dios, que es tal que levantó a Jesús de los muertos.

Sin embargo, esto tiene un orden, fíjate que primero dice: “quiero conocer a Cristo”. Esa es la primera condición. Según la RAE, una de las definiciones de conocer es: Tener trato y comunicación con alguien. Una cosa es saber quién es Cristo y otra muy diferente es conocerle. Para eso necesito tratar con él, comunicarme con él. Y la única manera de hacerlo es mediante la lectura de su Palabra y la oración. Es como cuando queremos llegar a tener una verdadera relación con una amiga, tenemos que proponernos tratar a menudo con ella, comunicarnos directamente, para así conocerla.

Es cuando conocemos a Cristo de verdad que podemos experimentar el poder de su resurrección, como dicen otras versiones. La resurrección de Jesús significó primero que nada la victoria sobre el yugo de la muerte, pero también implicó la victoria sobre todas aquellas cosas que nos hacen sentir impotentes. Nuestro poder humano es muy limitado, es finito y frágil. El poder que levantó a Jesús de los muertos no tiene límites. Es el poder de Dios. Y ese poder está a nuestra disposición cuando conocemos a Cristo.

Lee detenidamente estas palabras del mismo Pablo: «…que vivan de manera digna del Señor, agradándole en todo. Esto implica dar fruto en toda buena obra, crecer en el conocimiento de Dios y ser fortalecidos en todo sentido con su glorioso poder. Así perseverarán con paciencia en toda situación…» (Colosenses 1:10-11, NVI). Cuando contamos con el poder de Dios podemos perseverar con paciencia en toda situación, incluso en las que nos hacen sentir impotentes. 

¿Quieres el poder? Recuerda, conocer, la relación, es el primer paso. Y si todavía no tienes una relación con Cristo, hoy es una excelente oportunidad. Basta con que hagas esta oración: “Amado Dios, gracias por enviar a Jesús para que muriera por mí en la cruz y así pagar por mis pecados. Reconozco que soy pecadora y necesito tu perdón. Jesús, sé hoy el Salvador y Señor de mi vida. Gracias porque al tú resucitar sé que un día yo también tendré vida eterna. Dios, quiero amarte y servirte siempre.  Gracias por amarme como me amas. En el nombre de Jesús yo oro, amén.”

Dios te ama y ha diseñado una vida abundante y plena para ti.

Wendy

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