Un papá para siempre
De la Palabra de Dios: “Porque nos ha nacido un niño, se nos ha concedido un hijo; la soberanía reposará sobre sus hombros, y se le darán estos nombres: Consejero admirable, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz” (Isaías 9:6, NVI)
En verdad, no importa cuánta teología conozcamos, o si dominamos de forma magistral el hebreo o el griego. Nunca podremos comprender con nuestra mente finita la encarnación de Dios en un ser que sería tanto humano como divino, y quien recibiría todos estos nombres. Nombres que en esencia describen la naturaleza de Dios. Y por supuesto, ahí comienza nuestra fe.
La primera Navidad nos introdujo a la relación con el Padre Eterno. Este es un rasgo de Dios con el que muchos luchan. Quizá porque la relación que tuvieron con su padre biológico no fue buena, o porque nunca existió tal relación, les resulta difícil entender a Dios como un papá, como alguien que protege, que abraza, que cuida con cariño, que escucha, que entiende, y que siempre busca lo mejor para sus hijos. Sin embargo, el propio Jesús le llamó “abba”, que en nuestro español actual sería papá, papito.
Mi amiga lectora, tal vez en Navidad como nunca antes anhelas al papá que a lo mejor nunca conociste, o que ya partió de este mundo, o quisieras poder comenzar la vida de nuevo con un papá diferente, que sea lo que realmente deben ser los papás. Bueno, dicen por ahí que los huevos revueltos no se pueden deshacer, pero sí puedes encontrar el papá de tus sueños en Dios. Él ha decidido ser tu papá para siempre.
No importa si te has portado mal. No importa si un día te enojaste con él, o si te fuiste de su casa. Te espera con brazos abiertos. Este papá te dice que eres preciosa, te ha prometido amarte siempre, nunca abandonarte. Tiene para ti una herencia que nunca se agota. Y está preparándote una mansión por la que no tendrás que pagar un centavo, ni impuestos, ni darle mantenimiento. ¡Esa es la clase de papá que tenemos en Dios! Y como si fuera poco, es un papá eterno, que no envejece, ni pierde la memoria, ni se enferma, ¡no se muere!
Jesús vino a Belén para que pudiéramos tener una relación de tú a tú con el Padre Eterno. La misma que tuvieron un día Adán y Eva en el comienzo de los tiempos. Deja que el abrazo del abba celestial te envuelva y calme tus temores, borre tus tristezas y te llene de la alegría no circunstancial que solo él te puede regalar. ¡Eso es Navidad!
(Esta lectura es parte de “El corazón de la Navidad”, ahora disponible aquí en versión impresa por primera vez).
© 2017 Wendy Bello
visitar nuestro sitio web clic aquí