Lo que necesitas saber en medio de los problemas
De la Palabra de Dios:“Les he dicho todo lo anterior para que en mí tengan paz. Aquí en el mundo tendrán muchas pruebas y tristezas; pero anímense, porque yo he vencido al mundo” (Juan 16:33, NTV).
Hay semanas y SEMANAS. Y hace un tiempo me tocó una del segundo grupo.
Uno sabe que algo anda mal cuando la otra persona da vueltas y vueltas en la cama y no puede dormir... por alguna razón las enfermedades suelen despertar en la noche. Salir a la sala de urgencias, pasar la madrugada en el hospital y regresar a casa con el resultado: un cálculo en el riñón. Nada que hacer sino esperar a que salga (¡y esperar a que llegue la cuenta astronómica!). Los que han pasado la experiencia saben que es dolorosa como ninguna, la comparan con dar a luz.
No hubiera sido tan complicado si ese mismo día, dentro de unas horas, yo no hubiera tenido que salir para dar una conferencia y dejar en casa a mi esposo, con su dolor. Pero tampoco podía cancelar pues mi anfitriona estaba viviendo ella misma su propio vendaval, también ligado a una enfermedad familiar. Y como Dios tiene un fino sentido del humor, el tema de la conferencia era nada más y nada menos que aprender a vivir confiadas en él.
Al día siguiente, otro embate. ¿Qué haces cuando algo que al parecer es completamente bueno, que trae bien a los demás pues te confirman cómo Dios lo está usando, se desvanece entre tus manos, como un sueño del que te despiertas y aunque trates y trates nos puedes regresar? ¿Y qué si la noticia te la dan en unos de esos días del mes en que la química de tu cuerpo decide pensar por sí misma y pareciera que estás en una montaña rusa emocional, y no obstante, tienes que buscar la manera de reunir todas las fuerzas del mundo para sobreponerte porque tu otra mitad tiene un dolor que no se va y por el cual tampoco puedes hacer nada?
En esa misma semana tenía que tramitar un cambio de escuela para el menor de la familia, y como siempre sucede con esas cosas, la burocracia sobreabunda y lucha por sacarnos el lado oscuro ante la frustración y la indisposición.
Ese cambio de escuela, más el comienzo de mi hija en otro nivel escolar y otra escuela también nueva, se igualaban a estrés.
Y para rematar, al finalizar dicha semana, el refrigerador decidió dejar de funcionar, en un clima con casi 100 grados Fahrenheit de temperatura. El diagnóstico fue sencillo: se necesita uno nuevo, este ya es historia.
Y hablando de historia, quisiera contarte cómo la reina Ester me dio una lección para esta semana tormentosa. Pues bien, ya sabes los pormenores, pero si me quedara solo en eso te daría un motivo más para pensar que esta vida es algo demasiado difícil y deprimente y que no por gusto la gente anda tan desesperada, al borde del suicidio. Sin embargo, eso sacaría por completo a Jesús de la ecuación.
Él nos prometió una vida abundante, pero no por ello estamos exentas de problemas. De hecho nos recordó que en este mundo los problemas lloverían. ¿Qué hacemos entonces?
Lo mismo que hizo Ester: Buscó a Dios.
“Ester le envió a Mardoqueo esta respuesta: «Ve y reúne a todos los judíos que están en Susa, para que ayunen por mí. Durante tres días no coman ni beban, ni de día ni de noche. Yo, por mi parte, ayunaré con mis doncellas al igual que ustedes. Cuando cumpla con esto, me presentaré ante el rey, por más que vaya en contra de la ley. ¡Y si perezco, que perezca!»” (Ester 4:16, NVI).
En mi caso no ayuné. La situación familiar y el estrés me lo impedían, pero en medio de todo este remolino de situaciones fuera de mi control entendí que tenía solo dos opciones: o me desmoronaba ante lo que estaba pasando, o le entregaba mi carga a Dios y buscaba su rostro con la confianza de que él tiene el control.
Las situaciones inesperadas, como la de Ester, y como la que tú pudieras estar viviendo o la que yo viví en esa semana, tienen que conducirnos a un solo lugar: los pies de Cristo. Si tratamos de resolverlas de otra manera terminaremos agotadas, o más bien, exhaustas, cuando no deprimidas.
Las opciones de Ester no eran muchas. De hecho su vida estaba en juego. ¿Con qué armas podía contar? Ciertamente ninguna de clase humana porque esas estaban bajo el control del rey. El arma con que Ester ganó la batalla es la misma que tenemos tú y yo a nuestra disposición, un arma espiritual.
“No es por el poder ni por la fuerza, sino por mi Espíritu, dice el SEÑOR de los Ejércitos Celestiales” (Zacarías 4:6).
La única manera de ganar la batalla que tenemos por delante es buscando a Dios, su rostro, su dirección. Ese matrimonio que se está desmoronando ante tus ojos y que no sabes cómo recuperar, la fuerza solamente te la puede dar Dios. Las cuentas que no sabes cómo pagar y te están quitando el sueño, entrégaselas a él.
Cuando las situaciones que vienen a nuestra vida están por completo fuera de nuestro control una vez más nos percatamos de qué limitados estamos y cuán frágiles somos, es verdad. Pero también se nos presenta una oportunidad extraordinaria de conocer cara a cara al Dios que nos dice que él es la paz, que él es la provisión, que él es la luz, que él es el camino, que él es la vida.
Sé que hay problemas mucho mayores que estos que compartí contigo, pero Dios los usó para recordarme que no puedo sola, que no se supone que lo haga sola y que la única manera de vivir en abundancia es confiando en que él sigue siendo Dios. El mundo está al revés, pero su trono sigue en el mismo lugar. Y nuestras vidas no serán conmovidas si realmente las ponemos en la Roca, que es Jesús.
¡Esa es la vida que Dios diseñó!
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