Escrito por: Tim Keller 

¿Te sientes cansado hoy? ¿Distante de Dios? ¿Ansioso? ¿Inseguro? En este artículo Tim Keller calma nuestros corazones con siete privilegios impresionantes de ser un hijo de Dios según lo establecido por Pablo en Romanos 8:14-17:

“Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, los tales son hijos de Dios. Pues no habéis recibido un espíritu de esclavitud para volver otra vez al temor, sino que habéis recibido un espíritu de adopción como hijos, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre! El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios, y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si en verdad padecemos con Él a fin de que también seamos glorificados con Él.” 

1. Seguridad

No tenemos que temer, sino disfrutar ser hijos (versículo 15ª). Un empleado o un sirviente básicamente obedece por el miedo al castigo, a la pérdida del empleo, entre otras razones. Pero una relación de padre e hijo no se caracteriza por el miedo de perder la relación. Tenemos seguridad porque somos hijos de Dios.   

“Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, los tales son hijos de Dios. Pues no habéis recibido un espíritu de esclavitud para volver otra vez al temor, sino que habéis recibido un espíritu de adopción como hijos, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre! El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios, y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si en verdad padecemos con Él a fin de que también seamos glorificados con Él.” 

2. Autoridad

No tenemos el estatus de un “esclavo” sino de un “hijo” (versículo 15ª). En un hogar, los esclavos no tienen autoridad. Solo pueden hacer lo que se les dice que hagan, pero junto a sus padres, los hijos si tienen autoridad en la casa –no son meros sirvientes. A los hijos de Dios se les otorga autoridad por sobre el pecado y el mal. Están para moverse en el mundo sabiendo que pertenecen a su Padre. Debe haber confianza y equilibrio en ellos. Los hijos tienen el honor de llevar el nombre de la familia. Hay un estatus nuevo y maravilloso que se nos ha concedido. 

3. Intimidad 

“Por el cual clamamos: ¡Abba, Padre!” (versículo 15). Necesitamos conocer el idioma original aquí. “Abba” era el término arameo que se traduce en “Padre” –un término de la más grande intimidad. Un hijo no siempre (o por lo menos no tan a menudo) se refiere a su padre como “Padre”, de forma similar, también tienen términos para el que muestran su familiaridad amorosa y confiable con su padre, así como “Papá” o “Papi”, y así es como los cristianos pueden referirse al creador todopoderoso del universo, quien sustenta cada átomo que existe hoy mismo. Como hijos de Dios podemos acercarnos a Él con toda confianza.  

Merece la pena mencionar a Martin Lloyd-Jones en este contexto: “Notemos la palabra ‘claman’… clamamos ‘Abba, padre’. Es una palabra muy fuerte y claramente el apóstol la ha usado un poco deliberadamente, significa un llanto fuerte, expresa una emoción profunda, es la espontaneidad de un hijo cuando ve al padre, no solo espontaneidad, sino también confianza” (Romanos 8:5-17, páginas 240-242)

4. Seguridad

“El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios” (versículo 16) Cuando clamamos a Dios como “Abba” el espíritu de Dios de alguna manera se acerca a nosotros (“con nuestro espíritu”) y nos da la seguridad de que en verdad estamos en la familia de Dios. Hay un montón de debate sobre la naturaleza de este “testimonio” pero parece ser un testigo interno en el corazón, un sentido de que si, él realmente me ama. 

Notemos algo aquí:

Pablo dice que nuestro espíritu ya testificó: “El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu”.

Esto significa que ya tenemos evidencia de que somos cristianos. Sabemos que confiamos en Cristo. Tenemos sus promesas. Vemos que nuestras vidas están cambiando y avanzando. Todos esos fragmentos de evidencia conducen a nuestro “espíritu” –nuestros corazones—a que tenga una medida de confianza de que realmente somos suyos. Pero Pablo dice que el Espíritu puede venir con nosotros, y adicionalmente a lo que vemos, “testifica”. Esto parece referirse a un testimonio directo del Espíritu en nuestros corazones. Esto probablemente es un sentido de la presencia inmediata y el amor de Dios que a veces vienen a nosotros (algo que Pablo ya habló en el versículo 5:5). No tenemos esto en cuenta todo el tiempo, o tan a menudo, y puede no ser un sentimiento muy fuerte. Pero aun así habrá momentos en que, mientras clamamos a nuestro Abba, nos encontraremos profundamente seguros de que en realidad lo es. Así es como obra el Espíritu, testificando por nosotros y a nosotros de que en verdad somos hijos de un Dios vivo.  

5. Herencia

“Y si somos hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo” (versículo 17). Esto significa que tenemos un futuro increíble. En tiempos antiguos, el primer hijo era el heredero. Podía haber más hijos, y todos eran amados por igual, pero el heredero se llevaba la porción más grande de la riqueza y eran quienes llevaban el nombre de la familia. Esta era la manera en la que las grandes familias mantenían su influencia intacta y no la dividían ni disipaban (la referencia de Pablo no debe ser leída como si estuviera apoyando o rechazando esta práctica. Esto es meramente ilustrativo). Ahora, para hacerlo aún más impresionante, él llama a todos los cristianos “herederos de Dios”. Por supuesto, esto es un milagro, porque el heredero se llevó la partida más grande de la riqueza del padre. Pablo explica que lo que está guardado para nosotros, será tan grande y glorioso, que se sentirá como si cada uno de nosotros se estuviera llevando la mayor parte de la gloria de Dios.  

6. Disciplina

“y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si en verdad padecemos con Él a fin de que también seamos glorificados con Él.” Los padres siempre disciplinan a sus hijos. Cuando los padres disciplinan a un hijo, permiten o introducen una forma más suave de dolor para poder enseñar al hijo, ayudarlo a madurar, y alejarlo de comportamientos que lo llevarán a un dolor más grande luego. Hebreos 12:9-10 nos explica “Además, tuvimos padres terrenales para disciplinarnos, y los respetamos, ¿con cuánta más razón no estaremos sujetos al Padre de nuestros espíritus, y viviremos?”. Un buen padre disciplinará de forma amorosa. No usará su autoridad egoístamente para cubrir su propia necesidad de sentirse poderoso o en control. Pero tampoco estará tan necesitado del amor de su hijo y la aprobación de que nunca hace lo que es duro o difícil. Es un privilegio (doloroso) ser disciplinado por el padre más amoroso del universo. 

7. Semejanza familiar

“Compartimos sus sufrimientos” (Romanos 8:17). Los cristianos sufrirán, no solo por los dolores del mundo que la gente enfrenta, sino porque somos hermanos y hermanas de Cristo. Cristo enfrentó el rechazo por quien era y porque había venido a exponer el pecado, advertir sobre el juicio y ofrecer salvación a través de sí mismo. De forma similar, su familia sufrirá de las mismas formas ya que viven y hablan por él. ¡Podemos ser como él! Dios obra en nosotros y a través de nuestras circunstancias para que “Porque a los que de antemano conoció, también los predestinó a ser hechos conforme a la imagen de su Hijo, para que Él sea el primogénito entre muchos hermanos” (versículo 29)

Aunque somos adoptados…

Dios implanta la naturaleza de Cristo en nosotros. Como hijos de Dios, vinimos a mostrar la imagen del hijo de Dios. Mientras llevamos la semejanza del sufrimiento familiar, poco a poco llegamos a ser más como el hijo, y nuestro padre, en nuestros caracteres y actitudes. Así es como los cristianos miran la persecución y la cuentan como un privilegio (ejemplo: Hechos 5:41; 1 Pedro 4:13, 16) Podemos ser como él. 

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Este artículo apareció originalmente en TheGoodBook.com. Usado con permiso. 

Timothy Keller nació y creció en Pennsylvania, y estudió en la Universidad de Bucknell, el Seminario Teológico Gordon-Conwell y el Seminario Teológico Westminster. Fue pastor de la Iglesia Presbiteriana West Hopewell, Virginia, durante nueve años antes de fundar la Iglesia Presbiteriana Redentor en Manhattan, que comenzó en 1989 con su esposa, Kathy, y tres hijos pequeños.