De vez en cuando me pongo a pensar, como Asaf lo hizo al principio del Salmo 73, por qué las cosas son tan difíciles y por qué los impíos prosperan, sin embargo, la misma conclusión de este salmo es a la vez un bálsamo y una alerta para este tipo de pensamiento. No es dificil llegar a estar descontentos con aquello que tenemos. Recibimos de Dios infinitamente mas de lo que pedimos y pensamos (Efesios 3:20) pero olvidarnos de esta verdad es extremadamente fácil, al menos lo es para mi.
El contentamiento es una virtud que debemos cultivar diariamente; con esto evitamos pecar contra el décimo mandamiento (no codiciarás), y conseguimos agradar a nuestro Señor reconociendo las maravillas que recibimos de sus manos.
El descontentamiento nos vuelve ingratos.
No estoy diciendo que nos vayamos a estancar y desistir de nuestros sueños y planes. No es eso. Pero el reclamar por aquello que tenemos es ingrato. Todo lo que poseemos viene de Dios y es Él mismo quien dice que nos da cosas buenas, entonces al reclamar por nuestra situación estamos contradiciendo a Dios y estamos siendo ingratos al no darle las gracias por todo lo que ha hecho.
Me gusta mucho un himno que dice: “cuenta las bendiciones di cuantas son… Ven, dicelas todas de una vez y sorprendido verás cuanto Dios ya hizo.” Cuando reflexiono en esto siempre entiendo la verdad práctica de este himno. Cuando comenzamos a contar las bendiciones dadas por Dios por como y cuanto Él hace por nosotros.
Al darle valor a aquello que no hemos recibido, estamos dejando de dar gracias por aquello que ya tenemos. Siempre que pienso en este asunto me acuerdo del pueblo de Israel en el desierto. Ellos recibieron tanto de las manos del Señor y aún asi mismo murmuraban diariamente por aquello que habian perdido (como me da verguenza cuando me doy cuenta que yo también caigo en ese mismo pecado). La ingratitud es un pecado gravísimo, pues no rinde gloria a Dios, al contrario torna nuestra alabanza a nosotros mismos puesto que pensamos que somo demasiado buenos para no tener aquellos que deseamos. No seamos ingratos, al contrario, ocupemos nuestro tiempo recordando de las muchas bendiciones que Dios ya hizo.
El descontentamiento nos vuelve desagradables.
En otro texto escribí como necesitamos ser “ligeros” en nuestros relacionamientos interpersonales puesto que una persona siempre descontenta se vuelve una persona “pesada”. En mi iglesia estamos en una serie de sermones en el libro del Éxodo, y al leer los capítulos de la peregrinación en el desierto encontré como el pueblo estaba aburrido sin interés (cabe recordar que la peregrinación en el desierto es también una analogía a nuestra peregrinación en este mundo). Las personas que siempre reclaman y nunca tienen una sola palabra de gratitud se vuelven desagradables.
No estamos obligados a agradar a todos (el deseo por agradar a otros se puede tornar pecaminoso por costumbre) y cuando somos desagradables también estamos pecando. Somos un solo pueblo escogido, apartado, y - hay que admitir - “mimados” por Dios (pues de Él recibimos regalos diarios que nos deberian hinchar de alegria). Ser felices y agradables debería ser inherente en nosotros.
Cristo vivió con grandes privaciones (Mateo 8:20) pero no por eso reclamó por aquello que Él merecía. En verdad Él era el único que merecía todo más por el contrario dejó todo lo que tenía para salvarnos y dejar su maravilloso ejemplo (Filipenses 2:6-7). Es el seguir el ejemplo de Cristo que nos vuelve agradables y no el intentar complacer a los demas.
El descontentamento revela otros pecados.
Muchas veces estamos descontentos puesto que otros pecados han tomado lugar en nuestro corazón. El descontentamiento en sí es un pecado, pero muchas veces el descontentamiento disfraza otros pecados como la codicia y la idolatría.
Cuando codiciamos aquello que no es de nosotros tendemos a reclamar por aquello que sí tenemos. “Mi casa no es tan bonita como la casa del vecino”, “mi hija no es tan obediente como la hija de mi amiga”, “mi marido no es tan romántico como otros maridos que conozco.” Desear una casa más grande, una hija más obediente o un marido romántico no son en sí cosas ruines pero en este caso estos deseos revelan un corazón codicioso y descontento que solamente desea aquello que no es suyo.
Lejos de eso la persona descontenta asegura que es merecedora de algo mejor que lo que ya tiene. Muchas veces aseguramos que nuestros esfuerzos son dignos de buenas recompensas. Lo cual biblicamente no hace ningun sentido. En la biblia vemos que nuestros hechos y obras no son mejores que trapos e inmundicia y todo lo que realizar que sea bueno es en realidad por gracia de Dios en nuestra vida. Osea somos malos, asi lo hemos sido desde que caímos en pecado, no merecemos cosas buenas, y cuando nos amamos de más a nosotros mismos olvidamos quien verdaderamente merece alabanzas. Nosotros no somos dignos de honores ni “regalos” celestiales tanto como somo dignos de no ser salvos. Cuando la Biblia dice que Dios hace mas de lo que pedimos o pensamos eso es una realidad diaria. Ser libres de la muerte eterna debería ser motivo suficiente para estar contentos con lo que tenemos.
El contentamiento coloca nuestro corazón en el lugar correcto.
Esta verdad fue la conclusión de Asaf. Al percibir el fin de los impíos él paro de pensar en lo que las cosas buenas que tenían o recibían. El fin de los impíos es terrible y por más privaciones o dificultades que tengamos en esta tierra no se comparan con el eterno peso de gloria que recibiremos en el cielo. (2 de Corintios 4:17).
Cuando estamos contentos con aquello que tenemos (sea codicia financiera o cualquier otra ambición personal) estamos colocando nuestros corazones en las cosas celestiales y no en las cosas de este mundo. (Colosenses 3:2).
Podemos hacer planes, tener sueños, perseguir nuestras metas, pero siempre recordando que no pasaremos la eternidad en este mundo. Todo lo que recibimos aquí es pasajero, si no conseguimos el empleo de nuestros sueños, la boda tan esperada, la promoción tan deseada al final del día debemos estar alegres por todo aquello que ya hemos podido alcanzar.
El contentamiento es realmente una riqueza pues coloca nuestra voluntad en el lugar donde necesita estar siempre: en Dios. Al final del día no podemos sentirnos débiles ni frustrados por aquello que no fue, al contrario debemos estar más fortalecidos y alegres por saber que todo lo que viene de Dios es bueno y agradable. Debemos estar contentos siempre, la gracia de Dios nos tiene que bastar, nuestra voluntad no nos puede robar de la alegría de ser hechos hijos de Dios. Que podamos adquirir la riqueza de ser y estar contentos en todas la situaciones.
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Esta es la traducción de un artículo escrito por Marcel Mello originalmente publicado en el blog de Inconformados. Traducido y publicado con permiso del autor.
Encuentre el artículo original en Portugués aquí: A Riqueza Do Contentamento
**Traducido al Español por Ernesto Santiago