Sus heridas, nuestra salud
… y gracias a sus heridas fuimos sanados. Isaías 53:5b
¡Cuánto nos ama Dios el Padre, que envió a su propio Hijo a morir por nuestros pecados!
La crucifixión de Jesucristo a manos de las autoridades romanas que gobernaban en Palestina en el primer siglo, fue el resultado de una morbosa conspiración. Siglos antes, el profeta Isaías ya la había predicho, describiendo con detalles exactos la misión del Mesías y mostrando, así, la ceguera de quienes instigaron y finalmente lograron cometer semejante acto. El crimen que cometieron contra el Hijo de Dios, era parte del propósito con el que el Padre había enviado a su Hijo a nacer en Belén.
“Ciertamente él cargó con nuestras enfermedades y soportó nuestros dolores, pero nosotros lo consideramos herido, golpeado por Dios, y humillado. Él fue traspasado por nuestras rebeliones, y molido por nuestras iniquidades; sobre él recayó el castigo, precio de nuestra paz, y gracias a sus heridas fuimos sanados” (Isaías 53:4-5).
Durante su pasión, Cristo ofreció su misericordia incluso a quienes estaban en su contra. En vez de reprenderlos por estar pecando contra Dios, les dijo palabras llenas de gracia y esperanza: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23:34ª).
El Cordero de Dios enviado por el Padre vino a quitar los pecados del mundo. ¡Gracias a Dios por su don inefable! (2 Corintios 9:15).
ORACIÓN: Padre celestial, gracias por el incomprensible amor que mostraste a la humanidad a través de la obra redentora de tu Hijo en la cruz. Perdona nuestros pecados, restáuranos a través de tu Palabra, y enséñanos a confiar siempre en ti. En el nombre de Jesús. Amén.
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