Juan 12:1-3 “Seis días antes de la pascua, vino Jesús a Betania, donde estaba Lázaro, el que había estado muerto, y a quien había resucitado de los muertos. Y le hicieron allí una cena; Marta servía, y Lázaro era uno de los que estaban sentados a la mesa con él. Entonces María tomó una libra de perfume de nardo puro, de mucho precio, y ungió los pies de Jesús, y los enjugó con sus cabellos; y la casa se llenó del olor del perfume”.
El contexto de este aparte de la escritura nos explica que el lugar específico donde se encontraban en Betania era en la casa de Simón El leproso (Mr. 14.3-9). Un hombre a quien Jesús le había liberado de una vergüenza increíble, y de su pecado (o el de sus padres), reflejado en una lepra, enfermedad que le hubiese llevado a la muerte. Simón se convierte en un seguidor de Jesús, con justa razón y ahora lo vemos preparando una cena para su maestro y atendiéndolo.
El otro personaje en este aparte de la escritura, es Lázaro quien también estaba allí sentado a la mesa cenando con Jesús. Lázaro por su parte también tenía razones para servir a Jesús. No hace mucho tiempo atrás, Lázaro había enfermado terriblemente y enfermedad le causó la muerte. Sin embargo Jesús al tercer día, le resucita y le da vida y esperanza a un hombre que no tenía ninguna esperanza.
Sin duda alguna, estos dos hombres tenían los motivos suficientes para seguir a Jesús y entregarse a su servicio, sin embargo hay una mujer que no puede contar los testimonios de Simón y Lázaro, pero hace algo mucho mayor de lo que estos dos hicieron, lo cual nos hace preguntarnos qué la motivó a entregar semejante ofrenda a su maestro.
Maria no se sienta a comer con Jesús, ni se conforma con servirle y preguntarle si quiere más pan o si desea más agua, ella se acerca con toda humildad y derrama lo más valioso que puede hasta ese momento. Un perfume de nardo puro que significaba el salario de todo un año. Ella lava los pies de Jesús – trabajo del sirviente de la casa-. Maria se humilla ante Jesús y reconoce que no le importa hacerse vil por amor a Él. Esta mujer hace algo inusual, ella seca el perfume con su cabello (las mujeres respetables no soltaban su cabello en público), pero Maria tiene en poco lo que la sociedad pueda pensar y olvidándose de ella misma se concentra en Jesús y se entrega sin límites, sin vuelta atrás. Con este acto Maria pone su vida a los pues de Jesús, todo su pasado, presente y aun fututo, no deja nada para ella, lo entrega todo. Esta mujer fue la protagonista de uno de los actos que Jesús más elogió en su caminar en esta tierra, todo porque su motivación era la correcta: Jesús mismo la movió a hacer todo esto.
Muchas veces seguimos a Jesús por los milagros que hemos visto o las bendiciones que hemos recibido, pero la motivación correcta es JESUS. Si tenemos presente que el hijo de Dios, se hizo hombre, renunció a su trono, a su honor, a su gloria y vino a habitar entre los hombres por amor a nosotros, sólo eso debe movernos a servirle, a humillarnos y entregarnos completamente.
Mientras María lava los pies de Jesús, el cuarto se llena de un olor fragante, y así debe ser cada vez que nos acerquemos a Jesús, que nuestra motivación sea como olor fragante a aquel que lo dio todo por nosotros.
Dilean Canas
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