Envíame a mí.
Isaías 6:8 “Después oí la voz del Señor, que decía: ¿A quién enviaré, y quién irá por nosotros? Entonces respondí yo: Heme aquí, envíame a mí”.
Este texto es parte del relato de Isaías 6, donde el profeta ve al Señor sentado en su trono, rodeado de serafines que a una voz proclaman santo, santo, santo, tal era la majestad del que allí estaba sentado que aun los quiciales o marcos de aquel lugar se estremecían y toda la casa se llenó de Humo. Ante la presencia de Dios, Isaías reconoce que es un hombre inmundo de labios, entiende que por su situación pecaminosa merece morir y expresa su preocupación con una exclamación angustiosa…”!!Ay de mí! que soy muerto;” (Ver 5). Sin embargo; Dios responde a su angustia y en ese mismo momento y por medio de su infinita misericordia, le quita su culpa y le limpia de su pecado.
Imaginemos lo que pudo haber experimentado el profeta. En un momento se enfrenta con la consecuencia de su pecado; la muerte, se confunde y se llena de angustia, se siente sin esperanzas ante tal dictamen, pero en cuestión de segundos Dios le libra de su pecado, le quita toda condenación y de repente cambia el veredicto a vida. Creo que todos nos hemos sentido así al momento de encontramos con Dios, entendemos que ante tal santidad no tenemos excusa, no podemos justificarnos y nos sentimos como muertos. Dios en su misericordia y por medio de su hijo Jesús nos da esperanza, cambia nuestra sentencia de muerte a raíz del pecado y nos da vida por medio de la muerte y resurrección de Jesús. Colosenses 2:14 “anulando el acta de los decretos que había contra nosotros, que nos era contraria, quitándola de en medio y clavándola en la cruz”.
Lo que llama la atención es la actitud de Isaías al sentirse perdonado, él ahora no sólo escucha los arcángeles proclamando la santidad de Dios, sino que puede oír el clamor de Dios buscando alguien a quien enviar a su pueblo. Sin pensarlo dos veces, el profeta contesta; envíame a mí, probablemente sin entender a cabalidad las implicaciones de tal servicio, pero convencido que lo mínimo que podía hacer al tener una oportunidad de vida era servir a su salvador.
Así como nuestro personaje se rindió completamente al llamado y propósito de Dios para su vida, cada creyente que ha entendido el valor del perdón y sacrificio de Cristo debería tener la misma actitud. La única forma de contestar ante tal muestra de amor incondicional es una entrega total, entendiendo que si bien nuestra deuda con el pecado fue pagada, aun somos deudores de aquel que nos salvó por amor, de aquel que entregó todo para que nosotros tuviésemos esa segunda oportunidad.
Asegúrate de vivir cada día no sólo en completo agradecimiento sino en total servicio a aquel nos llevó de muerte a vida, a este que venció la muerte y nos dio esperanza, al que está sentado en el trono, clamando por alguien que se disponga a vivir para Él.
Romanos 14:8 “Pues si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. Así pues, sea que vivamos, o que muramos, del Señor somos”.
No hay otra manera de vivir que para su gloria
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