Noviembre 1

Pongamos la mano en el arado

LUCAS 9.61, 62

Muy pocas personas aprecian el uso que hizo el Señor Jesús del arado como ejemplo de una vida dedicada a Dios. El arado antiguo, muy parecido en su forma a la versión de siglos más recientes, era una sola hoja de madera unida a dos asas. Un mulo hacía la mayor parte del trabajo de tirar hacia adelante el aparejo, pero el agricultor lo sujetaba para dirigir la trayectoria de la hoja.

Probé un arado antiguo una vez y descubrí que su uso no era tarea fácil. El sencillo aparejo brincaba y se sacudía con fuerza debajo de mis manos mientras lo hundía en el terreno. Solo había una manera de hacer una línea recta, y era concentrarse en el trabajo y mantener fija la mirada hacia adelante cada segundo.

Cuando una persona confía en Jesucristo como su Salvador, “pone la mano en el arado”. La idea es que debemos seguir al Señor con obediencia total, manteniendo siempre nuestra mirada en Él. Así es como tenemos una cosecha de fe. Muchas veces, los creyentes desanimados hacen una línea torcida, porque están mirando por encima del hombro para lamentarse por el pasado, o para ver qué placeres les esperan. El campo de su fe parece un desastre desorganizado. Además, la distracción los hace aflojar el paso, y como resultado su crecimiento espiritual se vuelve muy lento, si es que acaso llegan a madurar.

Renuncie a todo lo que distraiga su atención del Señor. Los creyentes que se concentran en los errores del pasado y en las distracciones del presente, no llegan a ninguna parte; no tiene paz ni gozo, y sus oraciones no son contestadas. Siga al Señor con fervor, y Él le producirá mucho fruto espiritual.

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