Taylor Joy Murray

1 de julio de 2024

Si la vida no tiene sentido, lee esto
TAYLOR JOY MMURRAY

Despreciado y rechazado por los hombres, varón de dolores, habituado al sufrimiento. Isaías 53:3a (NVI)

Cuando era niña, tenía dos diarios.

Cada mañana, abría mi diario de oración y escribía con esmero mi gratitud a Dios por Su bondad y Su gracia.

Luego abría mi diario personal, donde derramaba desordenadamente mis pensamientos, emociones y preguntas verdaderas. Guardaba este diario bajo llave, prometiéndome a mí misma que Dios nunca vería estas palabras.

Un diario contenía mis alabanzas. El otro contenía mi dolor. No sabía cómo hablar con Dios de ambas cosas. Ese tipo de honestidad con Dios requeriría una confianza intensa en que Él me amaba y me aceptaba incluso cuando estaba triste, confusa y enojada. Pero el dolor tenía una forma de crear emociones difíciles dentro de mí que no estaba segura de que le gustaran a Dios.

Imagino que hoy te encuentras con estas palabras con tu propia historia de dolor. Tal vez has sufrido una experiencia que ha marcado una línea en tu historia y en tu alma.

Un aborto espontáneo.
Luchas financieras.
Anhelos insatisfechos.
Un hijo rebelde.
Un cuerpo enfermo.
Un dolor que se siente cruel.
Depresión persistente.
Cicatrices de abusos.

Circunstancias como éstas contrastan fuertemente con la idea de que la vida es siempre feliz si tenemos fe. Mientras crecía, asimilé la idea de que la santidad se demuestra con la felicidad. Pero cuando “estar bien” se convirtió en la forma en que vivía mi fe, me dejó emocionalmente fragmentada y desconectada, a la deriva en un mar interno de dolor, pensamientos y preguntas hacia Dios. Preguntas como: ¿dónde estás, Dios? Si Tú me amas, ¿por qué está sucediendo esto?

Sin embargo, Isaías 53:3a describe a Jesús como alguien que comprende profundamente cada parte insoportable de la experiencia humana, porque Él vivió en la tierra como plenamente humano y plenamente Dios, “varón de dolores, habituado al sufrimiento”. Jesús conoce la agonía de la traición y el aguijón del repudio. Conoce el dolor de la pena, el rechazo y la soledad. Entiende lo que se siente cuando el sufrimiento no desaparece, por mucho que ores y supliques con urgencia (Mateo 26:39).

Cuando la vida no tiene sentido, Jesús demuestra que el dolor y la fe pueden coexistir. No tenemos que elegir entre sentir nuestras emociones y tener una relación con Dios.

En lugar de ocultar el dolor tras la alabanza, nuestro luto puede ser un acto sagrado de adoración. Cada una de nuestras lágrimas sinceras es una pequeña ofrenda de confianza en que Dios nos ama y nos ve. Aquí, ahora. En nuestros días más oscuros y momentos más descontrolados. Nuestra respuesta más fiel al sufrimiento es seguir el ejemplo de Jesús, permitiéndonos expresar nuestra tristeza sincera.

Hoy, me pregunto cómo sería acudir a los diarios de nuestros corazones con honestidad, trayendo todo nuestro ser a estas páginas. Tenemos un Dios que no quiere solo lo mejor de nosotras, sino que quiere todo de nosotras.

Querido Dios, ahora mismo, la vida no tiene sentido. ¿Cómo podrías estar invitándome a recibir Tu amor y cuidado en mi dolor? Por favor, muéstramelo. En el Nombre de Jesús, Amén.

RECOMENDAMOS

En algún momento de tu vida, quizás te convenciste de que ciertas emociones no eran buenas y de que no debías sentirte enojada, triste o frustrada. ¿Pero es cierto esto? Ya sea que hayas acumulado tantas emociones que podrías explotar o que te hayas disociado tanto de ellas que no sabes lo que sientes, Ordena tus emociones por Jennie Allen te enseñará a escuchar lo que las emociones tratan de decirte. Descubrirás que los sentimientos tienen la misión de conectarnos con nosotras mismas, con los demás y con Dios, de una manera más profunda de lo que imaginamos.

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PROFUNDICEMOS

Eclesiastés 7:4a, El corazón de los sabios está en la casa del luto… (NBLA)

¿Qué preguntas difíciles y dolorosas le has hecho a Dios a lo largo de los años cuando la vida no ha tenido sentido? O ¿qué le estás preguntando ahora mismo?

¿Has lamentado este dolor? Si es así, ¿cómo ha sido? Si no, ¿qué te ha impedido entrar en tu propia “casa del luto” (Eclesiastés 7:4)?

¡Nos encantaría conocer tu opinión! Comparte tus ideas  en los comentarios.

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