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Me hice mayor, como suele suceder. (Gané peso)
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Mi metabolismo al parecer se hizo lento. (Gané peso)
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Conocí un hombre, me enamoré, comimos mucho y ya no me estresaba todo el tiempo, estaba feliz. (Gané peso, gané peso, gané peso)
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Luego nos casamos y comencé a tomar la píldora. (Gané peso)
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Luego algunas cosas malas ocurrieron y comencé tratamiento con antidepresivos. (Gané peso)
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Y cada invierno, hiberno. No voy a mi caminata diaria ni manejo bici. (Gané peso)
Y en dos años he ganado 20 libras. Me estoy acercando al límite superior del peso normal para alguien de mi estatura, y si sigo ganando 10 libras por año por el resto de mi vida, bueno, eso sería muy malo.
Y por primera vez en mi vida, mi ropa no me queda. Y me siento avergonzada. Y no me gusta lo que veo en el espejo.
Estoy asistiendo a un pequeño estudio llamado “Abrazando a quien Dios me creó para ser” y ha sido muy bueno, pero también doloroso.
La autora nos ha preguntado, “¿Cómo podemos amar a nuestros vecinos como a nosotros mismos si no nos amamos a nosotros mismos?” Es verdad.
Y ella señaló, “Censurarnos por nuestros defectos y debilidades solo sirve para minimizar nuestra fortaleza de convertirnos”
Me he convertido en una censuradora de mis fallas. Una censuradora diaria. Y no es bueno.
Ella nos preguntó si había algo de lo que necesitáramos arrepentirnos con Jesús acerca de cómo nos tratábamos a nosotros mismos. Antes de siquiera poder tomar un suspiro y apenas comenzar la oración para preguntarle a Jesús qué pensaba de este asunto, lo sentí decir claramente Has dejado de gustarte.
Comencé a llorar porque sabía que lo que él decía era verdad. Me miro en el espejo y volteo mi mirada. Trato de ponerme pantalones vaqueros y de forma frustrante me los quito de nuevo y los cuelgo y tomo unos leggins y una túnica para ocultar que mi vientre y mi trasero crecen.
Así que, acá está lo que estoy haciendo:
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En un nivel práctico, estoy tomando más agua.
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Dejé de tomar mi antidepresivo.
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Salgo cada vez que veo que el sol está asomándose.
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Trato de no comer mucho (aunque tristemente no como mucho, desearía que esa fuera la causa. Así tendría un punto tangible para señalar y dejar de hacer)
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El otro día, cuando pude elegir entre tomar una siesta o caminar – aun teniendo baja energía y un poco de sueño – elegí caminar.
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He colocado mis pantalones vaqueros más ajustados en el fondo del clóset (al menos por ahora, pero quizás para siempre), y me compre un nuevo par de vaqueros de mi talla, que literalmente no duelen al usarlos y al cerrarlos.
Y en un nivel emocional y espiritual, intenté algo nuevo. Fuera de la ducha, al alistarme para comenzar el día, comencé a agradecer a Dios por mi cuerpo. En voz alta, enlistando cosas.
Gracias por mi cabello largo. Gracias por los ojos verdes y buenos genes de mi mamá. Gracias por mi estatura, me gusta ser pequeña. Gracias porque puede ver y tocar, probar y oler. Gracias porque puedo usar mis manos. Gracias porque puedo caminar. Gracias porque podría correr si quisiera, no que no quiera. Gracias porque puedo conducir una bicicleta.
Y luego cambié un poco:
Gracias por mi vientre. Gracias por las estrías resultantes de tener a mis dos bebés. Gracias por mis periodos que me recuerdan que soy una mujer. Gracias porque el que se estén convirtiendo en irregulares significa que una nueva temporada en mi vida está comenzando. Gracias por el peso extra porque eso significa que no me falta la comida. Lo siento por no gustarme a mí misma ahora. Por favor ayúdame con esto. Por favor ayúdame a gustarme a mí misma.
Puedes haber visto algo como esto en tu vida. No puede ser un problema de imagen corporal. Podrían ser un montón de cosas que no nos gustan de nosotras porque, bueno, somos chicas y somos conocidas por ser muy duras con nosotras mismas.
Pero déjenme dejarles este pensamiento final de Stasi Elderedge:
Nuestra esperanza no yace en nosotros entendiéndolo. NUESTRA ESPERANZA YACE EN JESÚS. Y Jesús ha probado una vez y por todas, sin una sombra de duda, que él nos ama. El centro de su corazón es pura devoción, amor, compromiso y una persecución apasionada de ti. Él no solo te ama, a él le gustas. Y también puedes gustarte tú misma.
Dulces chicas, repitan después de mí: “Te alabaré, porque asombrosa y maravillosamente he sido hecho; maravillosas son tus obras, y mi alma lo sabe muy bien.” (Salmos 139:14)
Somos amadas, somos amadas, somos amadas.