Nuestra Imagen Cuenta Pero No Es Lo Primordial Especialmente Si Solo La Usamos Para Vanaglorias

Lo queramos o no, vivimos en la cultura de las redes sociales. Nuestras vidas son expuestas a los ojos de otros a través de posts, tweets, fotos, audios, y hasta videos en vivo. Jennifer Weiner, en un artículo del New York Times titulado The Pressure to Look Good (La presión de verse bien), cuenta sobre una carta que escribió a sus hijas: “Les urgí a que nunca perdieran la vista de quiénes son, por dentro y por fuera, y que ignoraran a los haters que las ven solamente como cuerpos, objetos, y cosas”.1

A la vez, la escritora se lamenta de que aunque antes las personas se arreglaban bien solo para eventos importantes, las redes sociales lo han cambiado todo. En cualquier momento alguien saca su celular y dice: ¡Selfie! Y ni modo. Cinco minutos después, la fotografía está en línea. Para bien o para mal.

La cultura nos lleva a estar siempre listos para salir en Instagram.

La presión a verme bien

Cuando estaba en la universidad, mis hermanas tuvieron que rescatarme. En aquel tiempo vivía bajo esta regla: “Si tengo dinero, compro libros. Si me sobra, ropa”. Ellas me enseñaron que el color del cinto y de los zapatos debe ser el mismo. Ahora tengo a mi ayuda idónea que me saca de los apuros que causan los colores y patrones.

Debo admitir, sin embargo, que yo –al igual que muchos hombres– siento la presión de verme y vestirme bien todos los días. Sabemos que estamos a una fotografía de quedar avergonzados públicamente. ¿Quién no ha sido fotografiado dormido en la parte de atrás del auto con los ojos semiabiertos y la boca enseñando la campanilla?

La presión por verse bien, por supuesto, no es solo de los hombres. Las mujeres la sienten, y fuerte. Las películas, revistas, y series de televisión predican un sutil mensaje: para ser exitosa debes tener un cuerpo perfecto. Sé que en los medios de comunicación hay excepciones, pero ese es el mensaje más común.

“Nuestro sentido de valor y nuestra confianza propia se derivan de juicios que hacemos de nuestro grupo social”, escribe el famoso autor Malcolm Gladwell.2 En otras palabras, no solamente otros te juzgan, sino que tú mismo te juzgas por lo que ves en las personas a tu alrededor.

Un estudio encontró que hay personas que se deprimen al ver la vida de otros en Facebook.2 Y es que en Facebook la vida de todos parece perfecta. La fotografía muestra la fiesta pero no la resaca. Las sonrisas, pero no los gritos. El carro nuevo, pero no la deuda. El versículo bíblico, pero no la angustia interna.

Si nos descuidamos, empezamos a definirnos por lo que vemos en el espejo y no por lo que vemos en el verdadero Espejo: la Palabra (2 Cor. 3:18).

Así que debemos tenerlo bien en claro: Mi cuerpo no me define. Mi ropa no me define.

Lo que me define es Cristo.

El balance bíblico

El apóstol Pablo escribe: “Asimismo, que las mujeres se vistan con ropa decorosa, con pudor y modestia, no con peinado ostentoso, no con oro, o perlas, o vestidos costosos, sino con buenas obras, como corresponde a las mujeres que profesan la piedad.” (1 Tim. 2:9-10; compara con 1 Ped. 3:3-4).

Si bien estos versículos están dirigidos principalmente a las mujeres, podemos extraer principios para toda la Iglesia. Primeramente, nuestro exterior3 debe ser decoroso, pudoroso, y modesto. En el original la palabra decoro denota “algo que tiene características o cualidades que evocan admiración y deleite. [...] Apropiado” (léxico BDAG). Así que Pablo no está pidiendo a las mujeres que busquen vestirse con la ropa más anticuada, sino con aquella que sea decorosa y demuestre pudor y modestia.4

Segundo, debemos evitar llamar la atención con nuestro exterior. Si nuestra ropa dice: tengo más dinero que tú, ¡cuidado! Recordemos que eso es exactamente lo que el mundo quiere de nosotros: que nos definamos por lo de afuera. Por lo que visto y conduzco. Por lo que se ve.. Pero el balance de la Palabra es el decoro, el pudor, y la modestia.

Tercero, nuestra vida debe ser caracterizada por la santidad. Si cuando una persona piensa en mí, lo primero que se le viene la mente es: “¡Qué bien se viste!”, ¿qué dice eso de mí? ¿Qué estoy transmitiendo a los demás? No me malinterpretes: no somos responsables de lo que los demás piensen de nosotros. Sin embargo, todos somos testigos de cuán impactante y evidente es una persona que camina de cerca con Dios.

Libre para ser lo que soy

¿En dónde, entonces, encuentra el cristiano su identidad? En Jesucristo. Jesucristo define quién soy. Mi pasado no define quién soy. Mi cuerpo tampoco. Mucho menos algo tan trivial como mi ropa. Yo ahora estoy “en Cristo”. Y si eres hijo de Dios, tú también. Ahí está nuestra identidad. Precisamente eso le dice Pablo a los Corintios. Observa:

“Pues consideren, hermanos, su llamamiento. No hubo muchos sabios conforme a la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles. Sino que Dios ha escogido lo necio del mundo para avergonzar a los sabios; y Dios ha escogido lo débil del mundo para avergonzar a lo que es fuerte. También Dios ha escogido lo vil y despreciado del mundo: lo que no es, para anular lo que es, para que nadie se jacte delante de Dios. Pero por obra Suya están ustedes en Cristo Jesús, el cual se hizo para nosotros sabiduría de Dios, y justificación, santificación y redención, para que, tal como está escrito: ‘El que se gloria, que se glorie en el Señor’” (1 Cor. 1:26-31).

¡Eso es! La Biblia nos pone en nuestro lugar. Somos lo que somos por Jesucristo y nada más. Es la obra de Dios. Nuestro Padre nos escogió de lo más bajo, del fango, del estiércol, y nos ha hecho ser lo que somos en Jesucristo. Estamos en Él, y Él está en nosotros (Ef. 3:17). No tenemos nada de qué gloriarnos más que en Jesucristo.

¿Te das cuenta de eso? Cuando podamos contemplar la belleza del evangelio, cuando podamos vernos como tontos, necios, débiles, y despreciados por el mundo, pero amados por Dios en Jesucristo, entonces y solo entonces entenderemos que no necesitamos ser definidos por nadie. Estoy, como escribió Carlos Wesley, “vestido en su justicia”, y ahora “libre acceso al Padre gozo ya, y entrada al trono celestial”.

Si terminas este artículo pensando que estoy a favor de la obesidad y los calcetines blancos con pantalón de vestir, tal vez no me dí a entender bien. Así que déjame concluir diciendo esto:

Querido hermano: si eres esclavo a tu apariencia, y te inclinas ante el altar del espejo… en la gracia de Jesucristo eres libre. Ya eres libre si estás en Jesucristo. ¡Vive a la luz de esta realidad! Abre los ojos y mira lo que Dios ve: a Jesús en ti.

Me encanta Gálatas 3:27: “Porque todos los que fueron bautizados en Cristo, de Cristo se han revestido”. ¡Revestido de Jesús! Mi ropa es Jesús. Mi identidad es Jesús. Mi todo es Jesús.

Ni tu ropa y tu cuerpo te definen.

Lo que te define es Cristo.

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[1] The Pressure to Look Good, https://www.nytimes.com/2015/05/31/opinion/sunday/jennifer-weiner-the-pressure-to-look-good.html (consultado: febrero 22, 2017).

[2] Citado en Malcolm Gladwell on the Trick to Building Self-confidence, http://www.inc.com/graham-winfrey/malcolm-gladwell-on-the-trick-to-building-self-confidence.html (consultado: febrero 22, 2017)

[3] Pablo no es legalista, pero no tiene miedo de hablar específicamente de la ropa.

[4] La palabra “pudor” en griego es prácticamente sinónima a “modestia”. Modestia (gr. sofrosune), denota “prudencia, buen juicio, moderación, autocontrol” (léxico BDAG).

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Este es un artículo escrito por Emanuel Elizondo originalmente publicado en COALICIÓN POR EL EVANGELIO. Publicado con permiso del autor. Todos los derechos reservados.

Puedes encontrar el artículo original en: Ni tu ropa ni tu cuerpo te definen

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