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Jesús es rechazado en Nazaret Jesús salió de esa región y regresó con sus discípulos a Nazaret, su pueblo.
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El siguiente día de descanso, comenzó a enseñar en la sinagoga, y muchos de los que lo oían quedaban asombrados. Preguntaban: «¿De dónde sacó toda esa sabiduría y el poder para realizar semejantes milagros?».
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Y se burlaban: «Es un simple carpintero, hijo de María y hermano de Santiago, José, Judas y Simón. Y sus hermanas viven aquí mismo entre nosotros». Se sentían profundamente ofendidos y se negaron a creer en él.
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Pero si en algún lugar se niegan a recibirlos o a escucharlos, sacúdanse el polvo de los pies al salir para mostrar que abandonan a esas personas a su suerte».
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Entonces los discípulos salieron y decían a todos que se arrepintieran de sus pecados y volvieran a Dios.
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También expulsaban muchos demonios y sanaban a muchos enfermos ungiéndolos con aceite de oliva.
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Muerte de Juan el Bautista El rey Herodes Antipas pronto oyó hablar de Jesús, porque todos hablaban de él. Algunos decían: «Este debe ser Juan el Bautista que resucitó de los muertos. Por eso puede hacer semejantes milagros».
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Otros decían: «Es Elías». Incluso otros afirmaban: «Es un profeta como los grandes profetas del pasado».
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Cuando Herodes oyó hablar de Jesús, dijo: «Juan, el hombre que yo decapité, ha regresado de los muertos».
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Pues Herodes había enviado soldados para arrestar y encarcelar a Juan para hacerle un favor a Herodías. Él se casó con ella a pesar de que era esposa de su hermano, Felipe.
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Juan le había estado diciendo a Herodes: «Es contra la ley de Dios que te cases con la esposa de tu hermano».
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Por eso Herodías le guardaba rencor a Juan y quería matarlo; pero sin el visto bueno de Herodes, ella no podía hacer nada,
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porque Herodes respetaba a Juan y lo protegía porque sabía que era un hombre bueno y santo. Herodes se inquietaba mucho siempre que hablaba con Juan, pero aun así le gustaba escucharlo.
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Finalmente, Herodías tuvo su oportunidad en el cumpleaños de Herodes. Él dio una fiesta para los altos funcionarios de su gobierno, los oficiales del ejército y los ciudadanos prominentes de Galilea.
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Luego la hija del rey, también llamada Herodías, entró y bailó una danza que agradó mucho a Herodes y a sus invitados. «Pídeme lo que quieras —le dijo el rey a la muchacha— y te lo daré».
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Incluso juró: «Te daré cualquier cosa que me pidas, ¡hasta la mitad de mi reino!».
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Ella salió y le preguntó a su madre: —¿Qué debo pedir? Su madre le dijo: —¡Pide la cabeza de Juan el Bautista!
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Así que la muchacha regresó de prisa y le dijo al rey: —¡Quiero ahora mismo la cabeza de Juan el Bautista en una bandeja!
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Entonces el rey se arrepintió profundamente de lo que había dicho, pero debido a los juramentos que había hecho delante de sus invitados, no le podía negar lo que pedía.
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Así que envió de inmediato a un verdugo a la prisión para que le cortara la cabeza a Juan y luego se la trajera. El soldado decapitó a Juan en la prisión,
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trajo su cabeza en una bandeja y se la dio a la muchacha, quien se la llevó a su madre.
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Cuando los discípulos de Juan oyeron lo que había sucedido, fueron a buscar el cuerpo y lo pusieron en una tumba.
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Jesús alimenta a cinco mil Los apóstoles regresaron de su viaje y le contaron a Jesús todo lo que habían hecho y enseñado.
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Entonces Jesús les dijo: Lo dijo porque había tanta gente que iba y venía que Jesús y sus apóstoles no tenían tiempo ni para comer.
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Así que salieron en la barca a un lugar tranquilo, donde pudieran estar a solas;
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pero muchos los reconocieron y los vieron salir, y gente de muchos pueblos corrió a lo largo de la orilla y llegó antes que ellos.
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Cuando Jesús salió de la barca, vio a la gran multitud y tuvo compasión de ellos, porque eran como ovejas sin pastor. Entonces comenzó a enseñarles muchas cosas.
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Al atardecer, los discípulos se le acercaron y le dijeron: —Este es un lugar alejado y ya se está haciendo tarde.
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Despide a las multitudes para que puedan ir a las granjas y aldeas cercanas a comprar algo de comer.
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Jesús les dijo: —¿Con qué? —preguntaron—. ¡Tendríamos que trabajar durante meses para ganar suficiente a fin de comprar comida para toda esta gente!
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—preguntó—. Ellos regresaron e informaron: —Tenemos cinco panes y dos pescados.
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Entonces Jesús les dijo a los discípulos que sentaran a la gente en grupos sobre la hierba verde.
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Así que se sentaron en grupos de cincuenta y de cien.
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Jesús tomó los cinco panes y los dos pescados, miró hacia el cielo y los bendijo. Luego, a medida que partía los panes en trozos, se los daba a sus discípulos para que los distribuyeran entre la gente. También dividió los pescados para que cada persona tuviera su porción.
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y después los discípulos juntaron doce canastas con lo que sobró de pan y pescado.
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¡Un total de cinco mil hombres y sus familias se alimentaron de esos panes!
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Jesús camina sobre el agua Inmediatamente después, Jesús insistió en que sus discípulos regresaran a la barca y comenzaran a cruzar el lago hacia Betsaida mientras él enviaba a la gente a casa.
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Después de despedirse de la gente, subió a las colinas para orar a solas.
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Muy tarde esa misma noche, los discípulos estaban en la barca en medio del lago y Jesús estaba en tierra, solo.
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Jesús vio que ellos se encontraban en serios problemas, pues remaban con mucha fuerza y luchaban contra el viento y las olas. A eso de las tres de la madrugada, Jesús se acercó a ellos caminando sobre el agua. Su intención era pasarlos de largo,
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pero cuando los discípulos lo vieron caminar sobre el agua, gritaron de terror pues pensaron que era un fantasma.
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Todos quedaron aterrados al verlo. Pero Jesús les habló de inmediato:
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Entonces subió a la barca, y el viento se detuvo. Ellos estaban totalmente asombrados
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porque todavía no entendían el significado del milagro de los panes. Tenían el corazón demasiado endurecido para comprenderlo.
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Después de cruzar el lago, arribaron a Genesaret. Llevaron la barca hasta la orilla
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y bajaron. Los habitantes reconocieron a Jesús enseguida
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y corrieron por toda la región llevando a los enfermos en camillas hasta donde oían que él estaba.
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Por donde iba —fueran aldeas, ciudades o granjas— le llevaban enfermos a las plazas. Le suplicaban que permitiera a los enfermos tocar al menos el fleco de su túnica, y todos los que tocaban a Jesús eran sanados.