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A algunos que, confiando en sí mismos, se creían justos y que despreciaban a los demás, Jesús les contó esta parábola:
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«Dos hombres subieron al templo a orar; uno era fariseo, y el otro, recaudador de impuestos.
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El fariseo se puso a orar consigo mismo: “Oh Dios, te doy gracias porque no soy como otros hombres —ladrones, malhechores, adúlteros— ni mucho menos como ese recaudador de impuestos.
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Ayuno dos veces a la semana y doy la décima parte de todo lo que recibo”.
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En cambio, el recaudador de impuestos, que se había quedado a cierta distancia, ni siquiera se atrevía a alzar la vista al cielo, sino que se golpeaba el pecho y decía: “¡Oh Dios, ten compasión de mí, que soy pecador!”
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»Les digo que este, y no aquel, volvió a su casa justificado ante Dios. Pues todo el que a sí mismo se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido».
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Cierto dirigente le preguntó:—Maestro bueno, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?
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—¿Por qué me llamas bueno? —respondió Jesús—. Nadie es bueno sino solo Dios.
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Ya sabes los mandamientos: “No cometas adulterio, no mates, no robes, no presentes falso testimonio, honra a tu padre y a tu madre”.a
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—Todo eso lo he cumplido desde que era joven —dijo el hombre.
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Al oír esto, Jesús añadió:—Todavía te falta una cosa: vende todo lo que tienes y repártelo entre los pobres, y tendrás tesoro en el cielo. Luego ven y sígueme.
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Cuando el hombre oyó esto, se entristeció mucho, pues era muy rico.
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Al verlo tan afligido, Jesús comentó:—¡Qué difícil es para los ricos entrar en el reino de Dios!
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En realidad, le resulta más fácil a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino de Dios.
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Los que lo oyeron preguntaron:—Entonces, ¿quién podrá salvarse?
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—Lo que es imposible para los hombres es posible para Dios —aclaró Jesús.
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—Mira —le dijo Pedro—, nosotros hemos dejado todo lo que teníamos para seguirte.
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—Les aseguro —respondió Jesús— que todo el que por causa del reino de Dios haya dejado casa, esposa, hermanos, padres o hijos,
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recibirá mucho más en este tiempo; y en la edad venidera, la vida eterna.
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Entonces Jesús tomó aparte a los doce y les dijo: «Ahora vamos rumbo a Jerusalén, donde se cumplirá todo lo que escribieron los profetas acerca del Hijo del hombre.
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En efecto, será entregado a los gentiles. Se burlarán de él, lo insultarán, le escupirán;
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y después de azotarlo, lo matarán. Pero al tercer día resucitará».
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Los discípulos no entendieron nada de esto. Les era incomprensible, pues no captaban el sentido de lo que les hablaba.